Uno de los principales indicadores de la conversión del fútbol en un negocio multimillonario es el protagonismo asumido por los representantes de los jugadores, entre los que Jorge Mendes es el rey. Como en todo negocio que lo precise, el intermediario se lleva una porción de la tarta. El 10 por ciento es lo habitual en muchos sectores, pero su traducción en dinero varía notablemente en función de las cantidades que se mueven. Si, por poner un ejemplo, el traspaso de Falcao del Atlético de Madrid al Mónaco costó 60 millones, seis habrían ido a parar de un plumazo al bolsillo del portugués.
Lo singular de estos comisionistas, además del precio de los productos, es que trabajan con gente muy joven, que gana mucho y, por regla general, tiene escasa formación. Por eso, los agentes profesionales asumen en cierta medida el rol de padre, lo que acrecienta su responsabilidad. Y, sin embargo, la rapidez con que algunos futbolistas cambian de equipo apunta a que están más interesados en multiplicar el cobro de su comisión que en asegurar el éxito deportivo de sus representados. Y eso por no imaginar lo que ocurre en la trastienda cuando entrenador y futbolistas comparten agente.
Libres son las partes de establecer los términos de sus acuerdos. Pero, para un país que sangra a sus clases trabajadoras, castiga con saña a jubilados con pensiones obtenidas en el extranjero y acosa a autónomos que olvidaron presentar el justificante de una declaración negativa del IVA, que se permita a millonarios que hacen sus negocios en España eludir el pago de impuestos es un gol por la escuadra en propia puerta.
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La oscura trastienda del fútbol
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