En pleno apogeo de lo digital, todavía una antena mal colocada, o no colocada, puede oscurecer la señal de una emisión radiofónica. Supongo que eso es lo que ocurre en el pueblo gallego donde me encuentro: una vez que rebasas el cartel indicador de que acabas de entrar en él, todas las emisoras, excepto la Cope y la radio autonómica, dejan de oírse. Es así y ocurre así desde siempre. Antes de que internet fuera lo que es ahora y la radio se hubiera adaptado tan bien a la red (la radio, el medio que tantas veces mataron y más de la mitad de la población de este país escucha cada día), la única solución para oír otras emisoras era coger el coche e iniciar un camino sin ruta hasta que se escuchaba la voz de Iñaki Gabilondo o de Carlos Llamas. Como en verano las programaciones cambian y nuestros conductores de programa de radio de cabecera se van de vacaciones, se suele caer en cierta inercia radiofónica, hasta que te ponen el ángelus o te recitan las bondades de Rajoy en gallego. Mi única inquietud es los domingos por la tarde, cuando entre las siete y las ocho Andreu Buenafuente y Berto Romero, en la SER, se recrean en un programa disparatado y surrealista, Nadie sabe nada. En ese caso, no perdono: o internet o recorrido con el coche sin perder la señal. El problema es que, si conduces escuchando el programa que se hace desde Radio Barcelona, hay que estar muy atento y no perder el control del coche por las carcajadas que provocan estos dos simpáticos periodistas.
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