Una policía de partido es algo extremadamente peligroso porque, si ya de por sí es un acto de riesgo entregar un arma a alguien para que con el amparo de la ley pueda ejercer la violencia, se convierte en una temeridad cuando el bien protegido pasa de ser la cosa de todos a ser la de unos cuantos, por muchos que estos sean.
Por ahí serpentean mossos d’Esquadra que participan en actos a favor de la independencia de Cataluña con símbolos que permiten su clara identificación con la policía autonómica. ¿Cuál no sería el justificado escándalo si alguno de los partidos españolistas o de sus asociaciones afines tuviera una agrupación de guardias civiles por la unidad de España como tiene la Assemblea Nacional Catalana una rama de Mossos por la Independència?
Lanzar como hicieron estos mossos ante el 9-N la proclama de que ellos están al servicio del pueblo antes que al de la ley no solo es un acto de rebeldía, sino poner la mecha a la pólvora. La Ley de Policía de la Generalitat establece que “han de jurar o prometer acatamiento a la Constitución” antes de tomar posesión. Pero, sobre todo, allá donde no hay ley difícilmente habrá convivencia, sin pacto de convivencia no hay sociedad, y sin sociedad, el pueblo queda reducido a la condición de una abigarrada muchedumbre.
Acaso convenga recordar que el Ministerio del Interior fue creado en España por José Bonaparte con la atribuida pretensión de recuperar para el poder civil las funciones de vigilancia y control que durante siglos había ejercido la Inquisición. Es decir, para que los agentes del orden no estuvieran al servicio de unas ideas, sino de unas normas.
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¿Policía catalana o ‘mossos’ de partido?
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