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¿Qué le pasa a Willy?

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Si algún día me lo preguntan, podré responder de manera afirmativa: “Sí, amigos, yo conocí a Willy Toledo antes de que se convirtiera en esa tabarra social unipersonal que es en la actualidad”. “Y me pareció un chaval estupendo”, añadiré. Pero claro, eso sucedió hace muchos años, cuando aquella obra de Animalario tan divertida sobre la boda de la hija de Aznar, cuando el hombre no solo era ya un excelente actor cómico, sino que se le intuía un futuro glorioso en el cine y el teatro. O sea, mucho antes de que le diera por convertirse en la Voz del Pueblo, en el Pasionario de la decrépita España del siglo XXI, en la bestia negra de la derecha y en la rechifla, teñida de dolor y preocupación, de muchos de sus antiguos admiradores. A los integrantes de este último sector nos une la misma pregunta: Pero, ¿qué le ha pasado a Willy?
Se la planteé en cierta ocasión a Alex de la Iglesia –que le había confiado el papel protagonista en Crimen ferpecto, el de un trepa profesional que Willy bordaba– y me vino a decir que todo venía de la infancia, cuando nuestro hombre, que era de buena familia, empezó a experimentar cierto complejo de culpa al respecto y a ponerse en el lugar de los menos afortunados. No, si eso es muy bonito, comenté, pero no obliga a nadie a hacer un papelón como el que Willy lleva representando desde hace años. Un significativo silencio me llevó a pensar que hay gente que se toma las epifanías infantiles realmente en serio. Aunque ello conlleve el suicidio profesional, que es lo que ha llevado a cabo nuestro hombre por motivos que tal vez le parezcan razonables, aunque a los demás se nos antojen disparatados. Personalmente, respeto el suicidio profesional cuando atisbo una seriedad total en la propuesta. Y no me refiero a la pijada de Daniel Day-Lewis cuando se trasladó a Italia para fabricar zapatos a mano porque, según dijo, le parecía una actividad más noble que la actuación. No lo negaré, pero como volvió al cine en cuanto se le ofreció la oportunidad de lucirse, no puedo por menos que considerarle un poseur con ganas de hacerse el interesante. Pienso más bien en Gérard Depardieu, de quien les hablaba hace tres semanas, y de su curiosa autodestrucción a base de morapio y embutidos porcinos. Eso ya lo entiendo mejor. Como el lento suicidio por heroína. O el más expeditivo de volarse la cabeza a lo Kurt Cobain. En cualquier caso, en toda pulsión autodestructiva que se precie va implícita la muerte, cuya reivindicación deviene una bofetada en la cara de la vida y sus (supuestas) alegrías y una relectura de aquello que decía Calderón de que el mayor bien es pequeño y toda la vida es sueño y los sueños, sueños son.
Lo que ya resulta más difícil de entender y defender es la autodestrucción por obligaciones morales. Nada impedía al amigo Willy ser el rojo más rojo de España mientras seguía adelante con su brillante carrera, pero supongo que eso le debía parecer hipócrita y por eso se vio obligado a elegir. Para mí, ser un gran actor cómico es de lo mejor a lo que puede aspirar cualquier hombre, pero da la impresión de que Willy no lo veía compatible con su nueva condición de Mesías, que requería, según todo parece indicar, una dedicación a tiempo total. Otros son más hábiles (o más hipócritas), como el meapilas irlandés Bono, que en sus ratos libres como salvador del planeta dirige la banda de rock más famosa de ese mismo planeta. Pero Willy no pudo o no quiso compatibilizar carreras y optó por el activismo full time, llegando a ser omnipresente durante cierto tiempo: no había manifestación popular que Willy no encabezara, ni saharaui puteado que no contara con su protección, ni paria de la tierra al que no estuviese dispuesto a representar.
Yo al principio lo defendía porque recordaba al simpático muchacho que me presentó años atrás Alberto San Juan y con el que compartí mesa y mantel en un restaurante de Barcelona, así como al tronchante actor que tan bien me lo había hecho pasar hasta en papeles secundarios (¿cómo olvidar al descacharrante primo Pelayo de El asombroso mundo de Borjamari y Pocholo?), pero llegó un momento en el que me di cuenta de que estaba defendiendo un recuerdo y que yo tampoco soportaba aquello en lo que se había convertido el enajenado señor Toledo. Como a cualquier otro hijo de vecino, a mí también me sacaba de quicio ese Pepito Grillo de la izquierda más rancia, capaz de tomar partido por Castro y Chávez, de mostrar cierta comprensión ante según qué formas de terrorismo y de inundar Twitter con comentarios modelo no-soy-más-progre-porque-no-entreno (el más reciente, sobre la toma de rehenes en una cafetería australiana, con sus bromitas sobre que el secuestrador no hirió ni mató a nadie porque para eso ya estaba la policía, era de patada en la boca). Llegó un momento en el que uno, antes de irse a dormir, pensaba en la pertinencia de registrar los armarios o mirar debajo de la cama, no se le hubiese colado en casa Willy Toledo para endiñarle un sermón. Eso sí, como no hay mal que por bien no venga, yo creo que la conversión del pobre Willy en un pelmazo profesional apartó a su colega Luis Tosar del camino que llevaba, pues hacía un tiempo que nos pegaba la brasa con su discurso social y empezaba a tenernos hartos a muchos. Yo creo que Willy le salvó la vida. Al ver cómo el pobre se iba yendo paulatinamente al carajo con cada nueva declaración, Tosar dio marcha atrás y ahora puede presumir de una carrera muy razonable y con un futuro de lo más interesante. Algo que no habría logrado de pasarse la vida organizando motines en astilleros o minas y encabezando manifestaciones para tomar el Congreso de los Diputados.
Resulta inverosímil la manera en que Willy Toledo, que me parece una persona inteligente, ha podido caer en todas las trampas del buen progresista rancio. La principal consiste en defender lo indefendible, aunque sea recurriendo a tópicos tan manidos como la supuesta calidad de la medicina cubana, pero no hay que olvidar que un actor siempre necesitará un texto para dejar de ser un receptáculo vacío que el escritor llena de contenido. Yo ya entiendo que un actor se canse de recitar como si fueran suyas frases que se le han ocurrido a otro, pero si dejas de hacerlo, debería ser para hablar con voz propia, no para repetir conceptos políticos ajenos y vetustos que no han traído más que desgracias. Aunque también es posible que el fanatismo ayude a ser felices a ciertas personas. Yo conozco algunos independentistas catalanes que con su causa tienen bastante para ir tirando. Ya no dudan de nada. Desde que han descubierto que España se divide entre catalanes y fachas, se acabó para ellos la angustia existencial.
Pienso que igual, en esa misma línea, Willy ha encontrado la tranquilidad en el comunismo caribeño, en las visitas a esa isla en que el régimen le tratará mucho mejor que a sus sufridos ciudadanos. Por un momento pensé que se apuntaría a Podemos, pero resulta que los encuentra rancios y viejunos. ¡Él, que es la viva estampa de lo rancio y lo viejuno!... A veces pienso que todo es un bromazo como el de Joaquín Phoenix cuando aparentó estar perdiendo la chaveta, y que Willy nos sorprenderá algún día con un documental o un libro sobre sí mismo que será una cima del humor contemporáneo, pero mucho me temo que la autoparodia se haya convertido ya en su vida real.


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