
“Queridos Reyes Magos:
Aunque suene extraño es la primera vez en mi vida que les escribo una carta con conocimiento de causa; me explico: si de niño he rellenado decenas de cuartillas pidiéndoles todo el cargamento de Madelman del hemisferio norte, siendo sincero confesaré que la mitad las escribía mi hermano mayor pues tenía mejor letra ya que, como advertían mis padres, yo iba para médico. Cirujano, soltaban en plan visionarios.
E ir iba, pero me bajé antes y ahora soy podólogo. De los mejores, eso sí. De modo que si liquidan la aventura de cruzarse el planeta con unas malévolas durezas, me ofrezco a pulírselas.
Al grano. Queridas majestades, he de decirles que he sido un ciudadano ejemplar en el enterrado año, fiel cumplidor de mis deberes, pagador de mis impuestos y generoso con mis vecinos. Buen hijo y aceptable padre, considerando que tras la separación mi exmujer ostenta la custodia de mis cachorros y los veo en fines de semana alternos. No me quejo. Hago gimnasia, cuido a mi nueva pareja –lo que no hice antes–, no tomo alcohol –más que un vinito de vez en cuando– y mantengo a raya el colesterol.
Voto. Y con los partidos que tenemos, es de nota, pero me considero un ejemplo de civismo y ciudadanía. A veces voy a misa. A veces también veo fantasmas… pero en este asunto prefiero no abundar en detalles escabrosos que delatarían a más de uno. No me paso de la hora en el aparcamiento, ni hago trampas con Hacienda.
Soy un ciudadano cuyo único defecto es la sinceridad, pero merecedor de los favores que vuecencias me pudieran otorgar. Por tanto procedo a mi petición, pues perteneciendo al mundo del espíritu nadie mejor que unos magos para cumplirla.
Habrán apreciado –porque así se lo he mencionado– que mi estado civil es el de un divorciado, cuya vida sentimental ha dado un giro de 180 grados tras conocer a una empleada de banca que empezó a frecuentar mi consulta para arreglarse los pies, y terminó poniendo en mis manos el resto de su cuerpo. Mi chica es más joven que yo, y toda una belleza, aunque pisa tan mal que esta mácula le ha desencadenado unos callos mayúsculos. La pobre tiene los pies tan hechos cisco que ni en verano usa sandalias porque se avergüenza de sus dedos como garfios. Ella no habla nunca de esto, y menos aún en el entorno de su trabajo donde le exigen una impecable presencia –eso sí, sudando como un gorrino en pleno julio madrileño–; sin embargo, yo lo sé, dado que el amor me otorga clarividencia.
La quiero tanto que si me consintiera hacerlo, besaría las deformidades de sus pies. Y para demostrárselo, para decirle que adoro sus pies como si fuesen los de Gisele Bundchen, le escribo esta misiva que espero le hagan llegar junto al par de Manolo Blahnik que le han dejado los Reyes Magos –ustedes no, la competencia– para ella.
Gracias por adelantado, Majestades”.
“Estimado súbdito:
Siento decirte que en tu alarde de franqueza has remitido tu carta a una dirección equivocada y en lugar de recibirla la aludida, ha terminado en el buzón de pendientes y el mail del banco la ha distribuido entre sus clientes preferenciales.
PD. La señorita de los callos nos comenta que te metas los Manolos en los tuyos”.