
Una explosión estuvo a punto de matar a José Colado la tarde del 6 de noviembre de 2006. En Aluminios Ferlo, la fundición de Maçanet de la Selva (Girona) de la que era empleado, la desgracia se cebó con él. Dos personas estaban trabajando con este obrero manchego, entonces de 48 años. Eran dos novatos contratados por ETT a los que debía enseñar el oficio. Uno, marroquí; el otro, senegalés. Colado les decía la norma básica: “¡Si está oxidado, no es aluminio, es hierro, y se aparta para tirarlo después”. Hoy recuerda que en la planta “se trabajaba rápido, porque procesábamos muchas toneladas de residuos”. Aquel día, por ejemplo, un camión les había dejado diez toneladas de chatarra metálica. Y fue al tirar de una pieza cuando todo cambió. “Solo recuerdo una luz blanca y un dolor en la pierna, como un golpe. Después, el helicóptero. Poco más”, relata.
Si quieres leer más sobre este y otros reportajes, descarga la revista en PDF.