No todos los días sucede lo peor. Sin embargo, el martes 24 un avión europeo de una línea europea se estampó en unas montañas europeas y 150 personas, mayoritariamente europeas, murieron (quizás todo lo anterior debería ir en negrita, para enfatizar, solo quizás) y se paró el mundo, el informativo. Porque el mundo de las desgracias cotidianas, que no aparecen salvo que el etnocentrismo mediático dicte lo contrario, siguió su curso: niños que mueren de hambre minuto a minuto; violaciones y maltrato de mujeres al amparo de diversas y variadas creencias; enfermedades potencialmente curables que causan estragos entre los parias de la tierra pero que aquí ni se mencionan: qué sé yo. Lo cierto es que a partir del accidente del Airbus 320 de Germanwings en los Alpes franceses, la saturación informativa superó incluso la intensidad del sustantivo que la denomina. Solo un ejemplo: un conocido escritor y periodista elaboró en directo, a media tarde y en una televisión de máxima audiencia, una teoría sobre el desgaste de los aviones de corto-medio recorrido por sus muchas presurizaciones y despresurizaciones, lo cual, dijo, podía ser la causa del accidente. Me quedé, y sigo, pasmado: supongo que la excesiva exposición a las metáforas de Rafael Alberti que el susodicho escritor sufrió en su tiempo le han dejado un poco tocado. ¿Resulta descafeinado pedir prudencia, contención y no olvidarse de otras cosas que siguen pasando, por desgracia? Pienso que no, pero igual pienso solo.
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