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La voz del altísimo

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Hay ciertas voces anglosajonas cuyo tono remite al que podría tener Dios si existiera y se dignara dirigirnos la palabra a los pobres humanos. Johnny Cash tenía una de esas voces hasta cuando se limitaba a cantar canciones como Ring of fire o I walk the line, pero cuando entraba en harina religiosa –pienso en la impresionante When the man comes around–, ya te daba la impresión de que el Apocalipsis era inminente y más te valía ponerte a buen recaudo en el refugio nuclear más cercano. Cuando murió Johnny Cash, su voz la heredó Mark Lanegan, a quien ahora considero el Mensajero del Altísimo, pero esa clase de voces no se reducen tan solo al ámbito de la música popular. ¿Ustedes han escuchado atentamente a Barack Obama? Yo cada vez que le oigo experimento la tendencia a darle la razón y, si fuese necesario, a ponerme a sus órdenes. Uno haría cualquier cosa por ganarse la aprobación de alguien con esa voz. De la misma manera que acaba de hacer las paces con Raúl Castro en la cumbre de Panamá, podría haberle arreado un silletazo en la cabeza al hermano de Fidel y yo habría aplaudido con entusiasmo. Y es que un tipo con una voz como la de Barack suscita una confianza inmediata que ni la realidad consigue debilitar. Si a ella le sumamos ese cuerpo ágil y juncal, esa costumbre de repartir palmaditas aprobadoras entre quienes se le acercan y esa cara de buen chico que jamás sacó de quicio a su mamá, nos encontraremos ante una versión tan peculiar como eficaz del macho alfa de toda la vida: el macho alfa sensible que, con tal de no ofender, hasta es relativamente negro; vamos a ver, es más negro que blanco, desde luego, pero sin exagerar en su negritud, como no exagera en ninguna otra cosa, motivo por el cual no faltan los que le consideran un pusilánime que prometió mucho y no ha cumplido prácticamente nada.
Quienes así opinan viven en la inopia por lo que se refiere a la política norteamericana. Lo que allí se conoce como the powers that be (los poderes establecidos) nunca dejarían que llegara a presidente un genuino renovador de la democracia estadounidense. A lo máximo que llegan es a permitir la esporádica toma del poder por parte de algún miembro del Partido Demócrata que no sea una de las bestias pardas que a ellos les gustan. Más que nada, para evitar que se descubra la superchería y para que el pueblo siga creyendo lo que dice el primer punto de la Constitución: o sea, lo de que people have the power, como cantaba Patti Smith con alegría digna de mejor causa. De vez en cuando, the powers that be se desmelenan, se olvidan de disimular y no paran hasta que un zoquete republicano como Ronald Reagan o George W. Bush llega a presidente, momento en el que los negocios se agilizan, se ponen las guerras en marcha y se trinca sin tasa. Pero siendo, como son, gente prudente, los representantes de the powers that be permiten a veces que llegue a presidente gente como Bill Clinton o Barack Obama, pensando que ya se hundirán solos (o con cierta ayudita) en cuanto se les ponga a tiro una becaria chupona o un comunista de mierda sometido a bloqueo durante los últimos cincuenta años.
Barack Obama llegó a presidente de los Estados Unidos porque su antecesor en el cargo era un zote de Texas que convertía en caca todo lo que tocaba. Bush jr. se metió en guerras absurdas, enriqueció a sus amiguetes, despreció al currante medio y fomentó la crisis económica que aún nos aprieta a base de desregular el sistema bancario definitivamente, concluyendo así la tarea iniciada por su predecesor Ronald Reagan. ¿Confiaba ingenuamente Bush jr. en la honradez de sus banqueros? Por supuesto que no. Sabía que eran, como en cualquier otro país, una pandilla de ratas avariciosas a las que hay que vigilar de cerca y con lupa, ¡pero le daba igual! Se trataba de hacer feliz a la chusma que lo había aupado al poder. ¡Y el que venga atrás, que arree!
El que vino detrás, como todos sabemos, fue el bueno de Barack Obama, prometiendo el oro y el moro. Se encontró un marronazo económico sensacional y un odio sarraceno por parte de los republicanos. A fin de cuentas, el hecho de que the powers that be te permitan llegar a presidente no implica que te dejen trabajar en paz. La cosa es más bien al contrario. Tú ya puedes empezar a hacerte el progre con tu mejor intención, que ellos te joderán la existencia a diario. Hay muchas maneras: controlar el Senado para que te tumben las iniciativas más dignas, hacer correr la voz de que no naciste en territorio norteamericano, acusarte de ser un islamista radical, asegurar que practicas abortos en tus ratos libres para entretenerte, tildarte de comunista, insinuar que admiras a Aleister Crowley y que no le haces ascos al satanismo, afirmar que cuando nadie te ve te dedicas a comer rebanadas de pan untadas con mierda de moro, sugerir que tu esposa es, en realidad, un hombre disfrazado de mujer y que tus hijas son fruto de las múltiples violaciones perpetradas por Bill Cosby durante los últimos veinte años… Y así sucesivamente, hasta que te vuelvas loco o te hartes de pasarte la vida negando imbecilidades cargadas de mala intención.
A Barack Obama le dieron el premio Nobel de la Paz, pero se merecía más un premio a la paciencia, pues hay pocos políticos que hayan tenido que aguantar más chorradas a su respecto. De hecho, nadie entiende muy bien por qué le concedieron el Nobel, pues en su momento aún no había tenido tiempo de hacer nada de lo prometido… Y luego tampoco, ya que los powers that be le empezaron a joder la vida en cuanto entró en el despacho oval. Yo creo que a los miembros de la academia sueca les pasó lo mismo que a mí, que vieron a aquel hombre tan pinturero y tan cordial que hablaba con aquella voz de Sumo Hacedor y le dieron el Nobel como podrían haberle entregado a sus hijas adolescentes para que las desflorara. Aquello fue una cuestión de fe, amigos.  Como el resto de la humanidad, el jurado de los Nobel quiso creer en aquel tipo encantador; por eso le dio el premio a la paz cuando aún no había llevado esta a ninguna parte.
Supongo que han oído ustedes hablar de la burundanga, esa droga que te suelen echar en la bebida y que anula tu voluntad, hasta el punto de que si el que quiere abusar de ti te pide la cartera, tú se la das tan contento, y si te quiere sodomizar, tú te bajas los pantalones sonriendo y le dices: “Adelante, caballero, disponga usted de este ojete como juzgue menester”. Barack Obama es la burundanga hecha persona. Nadie se resiste a su encanto. Hasta los poderosos de su país han tenido que acabar echando marcha atrás en su labor de destrucción presidencial, como demuestra lo desinflado que anda el tea party, esa ala demencial del Partido Republicano de la que se avergüenzan hasta los derechistas de toda la vida.
A nuestro hombre le queda un año y pico en el poder. Hilary Clinton ya ha anunciado su disposición a presentarse en 2016 por el Partido Demócrata. A Obama lo recordaremos más por lo que no hizo que por lo que hizo: no se metió en guerras infectas, no cerró Guantánamo (aunque le hubiese gustado), no consiguió una seguridad social como Dios manda (pero lo intentó, el pobre hombre), no logró que la policía dejase de acribillar negros por la espalda (aunque se mostró muy severo y contrito cada vez que pasaba algo así), no enderezó del todo la economía (los republicanos le habían dejado el país hecho unos zorros)… Pero a casi todos nos parece que hizo lo que pudo, que se esforzó por mejorar las cosas, dentro de un orden, que aspiró a un capitalismo de rostro humano…
Tampoco creo que se le pueda pedir mucho más. Total, el presidente de la nación más poderosa de la Tierra no es el hombre más poderoso de la Tierra. No hace falta ser un conspiranoico para intuir quiénes cortan el bacalao en Occidente, y solo podemos aspirar a cuadrarlos un poco, a pedirles, como decía el personaje de la tele, “un poquito de por favor”. O eso, o una revolución sangrienta. Que, total, siempre acaba convertida al cabo de unos pocos años en una porquería equiparable a lo que había antes de la degollina. Me manifiesto, pues, a favor de los Barack Obama de este mundo. Sobre todo, si tienen una voz que parece proceder de los cielos.

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