Cuenta el historiador José Varela Ortega que, cuando el general Miguel Primo de Rivera dio el golpe de Estado de 1923, lo primero que hizo la reina Cristina fue poner “a buen recaudo en Suiza sus ahorros” (Los señores del poder). Los ejemplos de este tipo abundan en los libros de Historia porque el país alpino, con tradición secular de neutralidad ante conflictos armados, se convirtió en sinónimo de caja fuerte a prueba de curiosos.Pero el encanto de Suiza parece estar apagándose porque ya no es tan discreta como fue. En 2010 dejó de ser un paraíso fiscal para los españoles, ya que desde esa fecha se produce un intercambio de datos para combatir el fraude. En teoría, porque el Foro Mundial sobre Transparencia Fiscal seguía citando en 2013 al pequeño país centroeuropeo en su lista de paraísos fiscales.Acabar con el secreto es la mejor forma de cerrar estos espacios de impunidad y, según plantea Thomas Piketty (El capital en el siglo XXI), bastaría con hacer obligatoria la transmisión automática de información bancaria, pero eso requiere una acción concertada de todos o de un gran número de países. Como dice Piketty, se trata de un reto democrático porque “es muy difícil debatir sobre los grandes desafíos del mundo mientras reine tal opacidad sobre la distribución de la riqueza y las fortunas mundiales”.Un informe de la ONG Intermon Oxfam calcula en 24 billones de euros los activos depositados en esos lugares, lo que equivale a la ocultación de una tercera parte del PIB mundial, y estima que una acción decidida permitiría liberar más de 90.000 millones de euros. ¡Cuánto injusto sufrimiento se podría paliar!
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