
Fue Duran el que, llegados a la confluencia del Paseo de Gracia con la calle de Provenza, clamó:–¿Pero aquí no estaba la Pedrera?–¿No le gusta la megatienda de Zara? –inquirió el doctor Bofarull en una extraña finta verbal de tono gallego.–¿Qué hicisteis con tan noble edificio gaudiniano? –siguió Duran– ¿O también lo voló el Daesh?–No –declaró Bofarull– Este nos dio tiempo a vendérselo a una nieta de Donald Trump, una fanática del trencadís. Se lo llevó a América piedra a piedra y lo reconstruyó en algún rincón de Nueva Jersey, pero ahora no sé exactamente cuál. Creo que está cerca de Atlantic City.Un coche negro con los vidrios tintados nos había dejado en la esquina de la Diagonal con el Paseo de Gracia, y desde ahí iniciamos el descenso por la zona noble de la ciudad. Observé que no había más que sucursales bancarias, tiendas de ropa cara y sedes de Mango y Yamamay cada veinte metros. En cada esquina, un pelotón de cuatro soldados armados hasta los dientes montaba guardia.–¿Por qué hay tantos militares desplegados? –pregunté a nuestro guía.–Bueno… –repuso este–. Ya os dije que había cierta disidencia, gente que se resiste a entender que hemos dado con la mejor manera de dirigir el país y que insiste en volver a los viejos malos tiempos. Pretenden restaurar lo que ellos, en su delirio, definen como “la auténtica democracia”, y a veces les da por hacer alguna gracia…–¿Como por ejemplo? –insistí.–Lo habitual: atracos a bancos, bombas en edificios oficiales, secuestros de futbolistas…Intervino Mas, a la caza, tal vez, de una oportunidad laboral:–¿Y hay alguna organización consagrada a la independencia de Cataluña?–Sí, hay una cosa llamada Terra Lliure, pero nadie se los toma muy en serio debido a su torpeza inverosímil. Sus militantes suelen explotar con su propia bomba antes de cumplir el objetivo marcado. A este paso, va a ser la primera organización terrorista que desaparece por su propio bien.–Bueno, eso ya le pasó a la Terra Lliure original –intervine– Se disolvieron porque ya solo quedaban vivos unos cuantos.–¿Nos tomamos una caña? –saltó Belén– Me ha entrado sed.–Tranquila, que hay bares a cascoporro –le dijo el doctor Bofarull.–¿Y librerías? –entoné– ¿Quedan librerías?–No. Los cuatro que se empeñan en seguir leyendo recurren a sus tabletas y los libros les llegan de manera virtual. Hubo que ponerse duros con la lectura, pues siempre había gente que la utilizaba para fines perversos, como pensar y hacerse preguntas. Inspirándonos en una antigua ley del fenecido Partido Popular, les metimos un IVA de no te menees a los libros. Las editoriales se hundieron, las librerías cerraron y la lectura se convirtió en algo prácticamente clandestino. Tampoco lo tuvimos tan difícil, ya que en 2045 solo leía uno de cada diez españoles, incluyendo a los que se dedicaban en exclusiva a la prensa del corazón y a la deportiva. A los españoles nunca les gustó leer. Solo necesitaban una ayudita para abandonar del todo ese vicio. Quedan lectores, pero solo representan un 3 por ciento de la población. El resto solo ve la tele.–Y aparte de programas del corazón –pregunté–, ¿qué más echan por la tele?–Básicamente, partidos de fútbol. Que es lo que se proyecta también, ¡y en 3D!, en los pocos cines que quedan.–Ya no se ruedan películas.–¿Para qué? A nadie le interesa la ficción. Mientras que el fútbol le gusta a todo el mundo. La Conferencia Episcopal publicó una encíclica asegurando que el Reino de los Cielos no admitiría a nadie que no fuese seguidor de un equipo u otro. Y los clubes también se metieron en política. En Cataluña gobierna un tripartito de la Caixa, el Barça y El Corte Inglés.Intervino Mas, a lo suyo:–¿Y de qué clase de disidencia podemos hablar?El doctor Bofarull nos abrió la puerta de una taberna de diseño consagrada a tapas y pinchos vascos y nos hizo pasar a todos:–Pues de una disidencia nostálgica de los viejos tiempos. Sostienen que vivimos en una dictadura del capital y que hay que volver a los partidos políticos y las iniciativas sociales. Las chorradas de siempre, que nunca llevaron a ninguna parte razonable. Más las inevitables referencias al libre albedrío, la empatía humana y demás pampringadas. ¿Qué queréis tomar?–Yo, una caña y un pincho de chistorra –dijo Belén.–Whisky… doble –clamaron al unísono los políticos.–Vichy Catalán –pedí yo.–Y uno de morcilla de Burgos –añadió Belén.Bofarull se pidió un pacharán con hielo, se acodó en la barra y nos dijo:–Puede que todo os sorprenda un poco al principio, pero en cuanto os acostumbréis, la vida os puede sonreír. Mas y Duran siempre pueden ofrecer sus servicios a algún banco o empresa, dedicarse a medrar y volver, en cierta medida, a la política. Ramón tendrá que reciclarse como periodista deportivo. Y Belén podrá lanzarse a recuperar a su público, aunque te advierto, guapa, que la competencia es feroz…De momento, nos iremos unos días a Madrid para atender a la prensa. Seguro que hay cierta curiosidad en tres carcamales descongelados como vosotros. Quien sabe, igual podéis iniciar todos una nueva carrera en la tele, explicando cómo eran las cosas en vuestra época.–¿Y ahora quién es la mujer más famosa de España? –quiso saber Belén mientras se introducía entero en sus fauces el pincho de morcilla– ¿Quién me ha sustituido como princesa del pueblo?La respuesta del doctor Bofarull, si la hubo, quedó ahogada por una explosión descomunal en el exterior que hizo añicos los cristales del establecimiento y nos obligó, siguiendo el ejemplo del galeno, a arrojarnos al suelo.–¡Los jodidos terroristas de los cojones! –clamó Bofarull mientras apretaba un botón que llevaba colgado al cuello–. ¡Seguidme!Me levanté con la cara llena de cáscaras de gamba y me sumé a la desbandada. En la puerta nos esperaba el coche negro de vidrios tintados, desde el que vimos que una sucursal del Santander había volado por los aires.–¡Arreando, Genaro, que pintan bastos! –le dijo Bofarull al chófer.
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