
Cuando se habla de erotismo, se tiende a confundir fantasía y realidad, mientras sería más sabio verlas como dos cosas distintas. Puedo leer las obras del marqués de Sade sin que tenga consecuencias; si tratase de poner en práctica en la realidad lo que he leído, creo que me esperaría la cadena perpetua (y me lo merecería). La violencia sexual y la tortura son crímenes contra la humanidad y no contra la moral. Si todo queda circunscrito al terreno de la fantasía, la censura no tiene lugar. La censura no es buena, y además es inútil, ya que para sancionar o impedir los delitos sexuales basta con aplicar las leyes. Y en el mundo de las fantasías, como en el de los sueños, no existen delitos.En El Clic tenía la intención de contar la historia de una señora más bien sexófoba y santurrona que, bajo el pretexto de estar bajo la influencia de un pequeño aparato perverso, se podía transformar en una especie de ninfómana desmelenada. Quería así proponer una reflexión ligera sobre el hecho de que cada uno de nosotros puede un día dejarse llevar por sus sentidos y librarse a prácticas que, una hora antes, nos hubieran parecido absurdas o asquerosas.Esos últimos años, tengo la impresión (quizás me equivoque) de que la censura busca recuperar posiciones perdidas. Así que confío esta nueva versión a color de El Clic a la benévola complicidad de mis pacientes lectores, con la esperanza de que la reciban por lo que es: una pequeña historia poco seria en la línea de Woody Allen, a quien le preguntaron un día si el sexo era una cosa sucia y respondió: “Solo cuando está bien hecho”.
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