
Lo único que pide es justicia. Y ahora lo hace marchando a pie desde Jerez de la Frontera hasta Madrid, casi 650 kilómetros. Es su último reclamo para encontrar a quienes asesinaron a puñaladas a su hijo Juan el 22 de noviembre de 1995 en la gasolinera jerezana donde trabajaba, un crimen a punto de prescribir. “Mientras me queden fuerzas y tiempo, no pienso parar”, sigue diciendo este padre coraje a quien todos recuerdan por lo que hizo entonces: disfrazarse con peluca e infiltrarse en el hampa de la ciudad, en el peligroso barrio de Rompechapines, hasta grabar las voces de los sospechosos: “Yo era entonces Pepe el Gitano –recuerda–y pasé mucho miedo; pero tenía que hacerlo por mi hijo. El pobre ni tenía que haber estado ahí esa noche; pero falló el compañero”.
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