
De todas las paradojas crueles posibles en una dictadura, una de las más brutales se la reservó el franquismo al joven soldado valenciano Fernando Castelló. En 1958, le tocó la mili en el cuartel de Paterna (Valencia). Y tuvo que hacer prácticas de tiro disparando en el mismo paredón donde habían fusilado a su padre.
Un hermano mayor, Vicente, precedió a Fernando en el mal trago. También fue quinto destinado en Paterna y también se vio obligado a disparar con su mosquetón en el mismo pinar, en la misma dirección y contra el mismo muro al que fueron a parar las balas que, el 16 de mayo de 1941, arrancaron la vida al labrador Francisco Castelló Guillén, a quien en su Carcaixent natal apodaban Paredes. En ese paredón, uno de los enclaves más sangrientos de la posguerra, fueron fusilados 2.238 republicanos.
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