Hay dos tiendas en Cannes que me encantan. Una, de juguetes, En Sortant de l’école, clásicos o imitaciones de juguetes clásicos, apiñados y revueltos, preciosos. Otra es una librería, las dos muy cerca de la Croissete y del palacio donde se celebran el festival de cine, el de publicidad y tantos otros eventos: en Cannes se celebra algo casi cada semana del año. Así están sus hoteles y sus restaurantes. En esa librería compré hace justo diez años uno de esos libros que solo la cultura y el enciclopedismo francés son capaces de parir, Dictionnaire du roman policier 1841-2005. Están todos los autores que hasta entonces se podían referenciar y casi todas las novelas negras que en el mundo han sido. Ahora vivimos una avalancha de ese subgénero convertido para algunos en paradigma de explicación de la realidad, y así nos va. Los suecos son los culpables del entuerto, pues han saturado el mercado con auténticas porquerías, salvo excepciones como Mankell, y han generado una legión de imitadores de cuarta en todas las lenguas. Aparte de los clásicos, Poe, Conan Doyle, Christie y Simenon, todavía son insuperables Cosecha roja (Hammett) y El largo adiós (Chandler). Recomiendo a los augures su lectura para que descubran cómo en pocas páginas se puede poner patas arriba una ciudad y uno de los cócteles más sutiles, el gimlet, que Lennox degustaba con Marlowe. Es bastante más sano que aplicar gimnasia negra sueca a lo que está pasando.
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