
Vivió en la copa suprema de las modelos, zona internacional, allá por los noventa, acuñando un estilo de lentitud en la esbeltez, que es como decir un estilo de elegancia, porque la lentitud es una rara distinción. Eso, sin moverse de su perfil de muchacha dulce, dorada, un poco evanescente. A nadie escapará, pues, que interviú la pretendiera desde entonces. Solo que ella siempre estuvo muy fija en lo suyo, que era la pasarela, primero, y luego la interpretación, y pasó mucho de que le diéramos otro papel, el papel de vestirla al fin solo con una portada. Pero llegó el día en que Cristina Piaget nos dijo que sí. “Ahora tengo 42 años, soy más madura, estoy viviendo un embarazo de plenitud absoluta, me siento muy sexy, muy mujer, y muy valiente”, fueron sus razones. En efecto, desde esa absoluta plenitud nos dio un posado largo y atardecido en Ibiza, como echándose de chal de oro su propio cuerpo desnudo, sagrado, famoso y gestante.
Las fotos tienen un aire hermano de aquel reportaje histórico de Marisol, donde la belleza tiene cierto prestigio de desmayo, cierta cosa maravillosa de pereza que acaba de despeinarse. Cristina se puso un corona de flores blancas, como al descuido, y le daba en la cara todo el sol interior de su paz biográfica. Las fotos fueron, y son, un prodigio de entreluces, donde Cristina tiene un algo de musa del verano, y otro algo de madre de soledad. Estaba entonces embarazada, sí, venía por dentro una criatura a la que llamó Paul David, y Cristina iba a ser madre soltera, porque el padre miró para otro sitio cuando la modelo le contó la gran noticia. Como ven, la audacia no incluye solo unas estampas fastuosas de poca ropa. De modo que estábamos ante una madre modelo, y también ante un modelo de madre, porque Cristina miró al horizonte del futuro reilusionada, capaz, y sola. El reportaje, en su día, tuvo mucho aplauso, y no solo por su estética: la valiente nos salió guapa.