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El nuevo rey de Tailandia

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LES ASEGURO que no me estoy quedando sin personajes más cercanos a los que aparrillar convenientemente y por eso soy capaz de irme a las Filipinas o a Tailandia en busca de alguien que dé juego, sino que ante sujetos como Maha Vajiralongkorn, heredero al trono que acaba de dejar vacante su augusto progenitor, Bhumibol (marido de aquella Sirikit que tanto salía en el ¡Hola! hace años), uno se quita el sombrero y se ve obligado a dedicarle unos sentidos párrafos.

DE HECHO, hasta hace poco yo no había oído hablar de este hombre en mi vida. Lo descubrí gracias a unas fotos en las que se le veía recibiendo honores militares ataviado con chancletas, tejanos caídos por los que amenazaba en asomar en cualquier momento su aristocrática raja del culo y un top como para clientas juveniles del Bershka que le llegaba justo por debajo del pecho y dejaba al descubierto sus músculos y sus vistosos tatuajes. Un look, en fin, que le traería problemas hasta para acceder a un club gay, pero que a él parecía antojársele de lo más normal para ser saludado militarmente por un puñado de uniformados. En su misma línea, la novia del momento lucía también un top, aunque no tan osado, iba envasada al vacío en unos pantalones que debían dificultarle notablemente la respiración y se sostenía inseguramente sobre unos tacones de aguja, abrazada a un caniche. Hablando claro, eran la viva imagen del macarra y la choni a los que se les acaba de negar la entrada en el club más putrefacto de Magaluf. Cuando te enterabas de que eso era el príncipe heredero de Tailandia, junto a su pelandusca ocasional, no podías evitar, aunque no fueses monárquico, dar gracias a Dios por la existencia de los Borbones.

COMO NO podía ser de otra manera, dada mi tendencia enfermiza a prestar atención a figurones susceptibles de proporcionarme retorcido esparcimiento, a partir de entonces me dediqué a escanear la prensa en busca de noticias relativas a ese fenómeno tailandés. Y cuando vi que el pobre Bhumibol la había diñado –aguantó hasta los 88 por amor a su pueblo, consciente de la perla que les iba a legar–, me dije: “Ahora es el momento del tío del ‘top’. Aquí nos vamos a reír”.

PERO ME temo que la cosa no es inminente. Pese a haber sido nombrado príncipe heredero (que en tailandés, donde todo suena como más de traca, se dice Sayam Makutrajakuman), el bueno de Maha, aunque ya tiene 64 añitos, se ha pedido un año de prórroga para llorar a su padre como se merece, solicitando que le pongan un regente mientras tanto. Y nadie se lo ha echado en cara. En parte porque Tailandia es una monarquía absoluta en la que todo el mundo, de los ministros y jefes militares hacia abajo, debe postrarse de rodillas ante la realeza y alejarse de ella sin darle la espalda, lo cual debe propiciar esguinces, torceduras y hasta espectaculares caídas escaleras abajo; y en parte porque casi todo el mundo en Tailandia odia profundamente al Sayam Makutrajakuman, pues lo consideran, según el punto de vista de cada cual, un tiranuelo, un sádico, un pervertido, un criminal o, directamente, un hijo de la gran puta (dicho sea con todo el respeto a su santa madre, la adorable Sirikit).

YA EN 1975, los reyes Juan Carlos y Sofía pudieron comprobar de cerca cómo las gastaba el joven heredero. Pese a su actual aspecto de macarra con tendencias sodomitas, el amigo Vajiralongkorn era en esa época un despiadado oficial del ejército que se había distinguido matando comunistas a cascoporro por las junglas tailandesas. Como premio, su señor padre lo había puesto al frente de su guardia personal. Y desde esa condición recibió a nuestros monarcas, a los que, según se cuenta, les pareció un gañán vestido de camuflaje que no se separaba de su ametralladora ni para mear.

ESE MAHA, el pretoriano, fue la primera encarnación del sujeto. Luego se fue olvidando del ejército para dedicarse en cuerpo y alma a una existencia como más de emperador romano chiflado y decadente. Se casó tres veces –la primera, con una prima suya–, tuvo un montón de hijos, se echó amantes a granel y se consagró a lo que, según dicen, más satisfacciones le da en la vida, que es humillar a propios y extraños. Perdidamente enamorado de su caniche Foo Foo, no se le ocurrió mejor idea que nombrarle mariscal de campo del Ejército del Aire, siguiendo el ejemplo del majareta de Calígula, que nombró senador a su caballo, y llevando al paroxismo ese amor entre especies diferentes que no habíamos presenciado desde los tiempos de Gil y Gil y su corcel Imperioso (cuyo retrato, por cierto, pintó el primo de un amigo mío, que aún recuerda emocionado lo bien que se lo pasó en Marbella cuando acompañó a su pariente a la presentación mundial del lienzo). Pero cuando Imperioso la palmó, su dueño, aunque intuyo que destruido, lo enterró y a otra cosa, mariposa, mientras que nuestro Makutrajakuman decretó un duelo de cuatro días. Foo Foo había sido muy querido en palacio, como queda bien claro en cierto vídeo que corre por la red y en el que vemos al bicho celebrando su cumpleaños y a una novia de su dueño encendiéndole las velitas del pastel ataviada con un tanga negro y nada más, que, como todos sabemos, es lo que lleva la alta sociedad en momentos tan entrañables.

DECIR QUE Maha Vajiralongkorn es un excéntrico sería quedarse muy corto. Los politólogos lo observan con interés porque en sus manos está el futuro político de Tailandia. Bastantes compatriotas preferirían que fuera su hermana la que heredara el trono, pero impera la ley sálica en el país. La actitud generalizada entre el pueblo parece resumirse en la frase “a ver con qué nos sale este animal”. Y los politólogos internacionales también están a verlas venir. Hace años que se habla de una evolución del régimen que conduzca de la monarquía absoluta y autoritaria a la monarquía representativa y democrática, pero no parece que el tío de la camiseta imperio sea la persona adecuada para dirigir esa transición. En cualquier caso, como ya insinúan muchos, en Tailandia cada vez son más los que están hasta las narices de pasarse el día de rodillas y caminando hacia atrás y que podrían montarle un golpe de Estado al mamarracho real que tal vez le obligaría, esta vez sí, a pillar a la choni, al chucho de turno y la colección de tops y plantarse ante el más intolerante cancerbero de las discotecas de Magaluf. 

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