
Se lo ha ido montando en la tele de castigadora verbal, y así ha ido logrando hacerse mucho público de enemigos, que público es, al fin y al cabo. A rachas, la han seguido mucho para ponerla a parir, que es un modo de triunfar, si nos fijamos un poco. Total, que lo suyo es liarla, y en eso se ha dado muy fija maña, desde que asomó a la fama de temporada, desde una edición de Gran Hermano. Ella ha resumido aquello así: “Era entonces muy ingenua. Ahora ya sé cómo es la crueldad de la televisión y me defiendo como una fiera, que es la única manera de domar a otras fieras”. Esto nos lo dijo con un cachorro de león en los brazos, mientras miraba directa a la cámara de interviú, para un reportaje de desnudo de mucha artesanía tribal. O sea, que se empeñó en montárselo de chica guerrera, en general, y como siempre, pero de otra manera. Era el verano de 2011, y entonces Aída salía o entraba de concursante en Supervivientes, esa versión de Gran Hermano con palmeral.
El reportaje fue un reportaje de mucho éxito, y promovió mucho guateque de tertulia, porque, entre pose y pose, Aída dejaba algún alarde de su conocida poesía: “Belén Esteban es la vergüenza del pueblo”. O bien: “No me siento odiada por el público, que me quiere cuando no está manipulado”. De modo que ya van viendo ustedes que Aída no nos dejó solo un desnudo moreno, sólido y exótico, sino también una entrevista desabrochada, cruda y de dinamita. Le podrán poner ustedes las pegas que quieran al estilo de Aída, pero no van a negar que hay polémica segura, a nada que hable. Hay polémica, incluso, si habla con el desnudo por delante, como fue el caso, y ya es ponerse. Yo reconozco que a Aída, en la tele, la he seguido poco o muy poco, porque sus cabreos no me dejan atender lo que dice. La prefiero por escrito, como en interviú, aquel verano. En su papel, pero en otro papel.