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Me tomo un Nolotil

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Lunes. Noto un chasquido en el interior de la boca, llevo la punta de la lengua al lugar de la explosión –la penúltima de mis muelas de arriba, a la derecha– y detecto en ella una hendedura que la recorre de arriba abajo. En ese momento no me encontraba masticando ni metiéndome con nadie. Pensaba en un cuento cuyo protagonista, El Niño Rodríguez, dejaba un regalo debajo de la almohada de todos los ratoncitos que perdían un diente. El cuento era malo, sin duda, pero no tanto como para producir un estallido dental de ese calibre.

Martes. Voy al dentista, que, tras hacer una radiografía de la muela, pone mala cara. Duda que podamos salvarla. De momento me quita un tercio de ella y cubre el vacío con una especie de cemento, a ver qué pasa. Salgo al frío de noviembre, todavía con el paladar y la mitad de la lengua anestesiados, y doy una vuelta por la zona, repleta de concesionarios de automóviles frente a cuyos escaparates me detengo un poco zombi. En estas, sale de una de las tiendas un vendedor que me invita a pasar para que vea los coches, que son de una marca coreana, creo.

–No tengo intención de comprar –le digo con la mitad de la lengua despierta, lo que significa que solo pronuncio las consonantes, o solo las vocales, no estoy seguro.

El hombre, que milagrosamente me ha entendido, me invita a entrar de todos modos. Se ve que está desocupado, no sé, o que le he caído bien. El caso es que entro en el concesionario (se llaman así porque tienen la concesión) y empiezo a curiosear las máquinas guiado por el amable vendedor. Me llama la atención un coche alto, más que largo, al que me invita a subir y frente a cuyo volante me siento como un piloto de avión. Es de segunda mano, pero apenas tiene 20.000 quilómetros.

–Vamos a dar una vuelta –dice el hombre.

Ordena a alguien que abra la puerta, pongo el coche en marcha y salimos a la calle, muy poco transitada. El motor va como una seda y, entre otros lujos, dispone de un sistema que calienta el asiento, por si eres una persona de culo frío. Me lo dice de este modo:

–Por si es usted una persona de culo frío.

Aunque hay algo que no me gusta en la expresión, continúo conduciendo como si no la hubiera escuchado. Al mismo tiempo, no dejo de llevarme la lengua anestesiada a la muela rota, o al cemento que sustituye la porción arrancada. Entonces me viene a la memoria El Niño Rodríguez, la versión humana de El Ratoncito Pérez, en la que estaba pensando cuando me estalló la pieza dental. De súbito, me parece un buen cuento. Debo ir cuanto antes a casa para comenzar a escribirlo. Sin decir nada, pongo rumbo hacia mi domicilio mientras el vendedor continúa enumerándome las ventajas de adquirir un coche que, además de estar rodado, podría salirme por tres mil euros menos de lo que me costaría a estrenar.

–Esto es mejor que estrenar –concluye–, porque ya están testadas sus bondades.

–Ahora no puedo tomar ninguna decisión –le digo aproximadamente–, porque vengo del dentista y tengo la mitad de la boca anestesiada.

–No hay prisa –dice él–, lo importante es que lo disfrute.

En esto, llegamos a mi casa, detengo la máquina y me bajo.

–Vivo aquí –le digo.

–Ah –dice él–, pero yo no puedo volver solo porque no tengo carné de conducir. He perdido todos los puntos.

Me pregunto si será verdad. Pero lo sea o no, mi conciencia no me permite dejarle tirado, de modo que vuelvo a subirme al automóvil y conduzco con irritación manifiesta hasta el concesionario. Luego salgo a la calle, tomo un taxi, llego a casa, me encierro en mi cuarto, empiezo a escribir el cuento de El Niño Rodríguez y de súbito me vengo abajo. Es malo, muy malo. Entretanto, los efectos de la anestesia comienzan a pasarse, siendo sustituidos por un dolor intenso. Me llevo la lengua a la zona del dolor y tropiezo con el cemento. Debajo del cemento se encuentra el dolor, pero no hay forma de alcanzarlo. Me tomo un Nolotil.

Miércoles. Me levanto pronto y echo un vistazo a los apuntes del relato sobre El Niño Rodríguez. La idea no es tan mala si introduzco a un ratoncito que no crea en él.

Lee este y otros artículos de opinión en la edición en PDF.


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