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El tarugo metrosexual

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La alegría de Cristiano Ronaldo al ganar el Balón de Oro se ha visto enturbiada, según él mismo ha manifestado, por la noticia de que es un evasor fiscal de tomo y lomo que ha despistado una cantidad loca de millones, obtenidos por la explotación de sus derechos de imagen. Noticia cuya veracidad el hombre niega por completo, declarándose inocente a más no poder y comparándose con esos pobres infelices que se pudren en alguna cárcel del mundo por un delito que no cometieron. ¿Le creemos? A mí me cuesta, francamente, pues no es el primer astro del balompié que encaja acusaciones parecidas y aún recuerdo cuando empapelaron a Messi y el hombre salía todo el rato por la tele diciendo aquello tan entrañable de “Yo no me enteraba de nada y solo hacía lo que me decía mi papá”. Cristiano Ronaldo Dos Santos Aveiro (Madeira, 1985) no puede echarle la culpa del desaguisado a su padre porque este falleció en 2005 víctima del alcoholismo que, tal vez, también fue responsable de su admiración por Ronald Reagan, cuyo nombre de pila, traducido al portugués, acabó heredando su hijo nada más nacer.

A rebufo de Cristiano Ronaldo, han salido a la luz más nombres de futbolistas acusados de defraudar al fisco, entre ellos el de Neymar, quien, si lo escuché correctamente, cobraba ochenta euros por cada cromo que firmaba. Todos ellos se suman al ya citado Lionel ­Messi, el hombre que confiaba ciegamente en su papá y con el que se solidarizó un buen número de tarados en mi querida comunidad autónoma, llegando a presentarlo como una víctima del prusés acosada por el perverso Estado español. ¡Todos somos Messi”!, llegó a clamar esa arpía grotesca que siempre va disfrazada de monja y que atiende por Lucía Caram. El patriotismo, como ya sabemos, es una excusa para todo, incluyendo la defensa de un presunto evasor fiscal a cargo de quienes han sufrido en sus carnes las consecuencias de los actos de dicho evasor, lo cual es del género tonto, pero también muy normal en un ambiente como el del fútbol, en el que no existen ni la crítica, ni la autocrítica ni el sentido común: para el hincha, su crack es sagrado y puede hacer lo que le salga del níspero, incluyendo saltarse la ley, porque, haga lo que haga, no será nada comparado con la inmensa felicidad que le proporciona cada domingo en el estadio. Así funciona el cerebro de un buen número de aficionados al deporte rey. ¿Y luego nos extrañamos de tener el país hecho unos zorros?

La sacralización del futbolista es un fenómeno bastante reciente. Puede que se iniciara con David Beckham, gañán metrosexual que ha inspirado a muchos de los jugadores que vinieron después de él, como el que hoy nos ocupa, Cristiano Ronaldo –el inefable Guti era una parodia involuntaria del astro inglés, con sus pendientes, sus tatuajes y sus chollas reteñidas: ¡hasta su novia era una versión aún más choni de Victoria Beckham (algo muy difícil de lograr, todo hay que decirlo)!–. Pese al tinte esporádico y los tatuajes, Messi, que es bajito y tiene cara de pazguato, no responde al modelo impuesto por Beckham; todo lo contrario que Cristiano Ronaldo, al que no le falta un detalle: hasta le hemos visto con las uñas de los pies pintadas de un desagradable color negro. De todos modos, hay algo en él que chirría y que no pueden disimular todos los afeites del mundo. Me refiero a su portentosa cara de cazurro, que se manifiesta de forma esplendorosa cada vez que muestra la quijada al sonreír y que lo identifica como el gañán enriquecido que es gracias a su habilidad con el balón. Sobre el papel, que un muchacho de origen humilde se haga rico y famoso gracias a su juego de pinreles debería ser una muestra de justicia poética, pero en la práctica puede resultar muy cargante si ese muchacho de origen humilde decide incrementar las ganancias obtenidas gracias al mentado juego de pinreles eludiendo sus obligaciones con Hacienda. Como parece ser el caso de Cristiano Ronaldo, Messi, Neymar y demás analfabetos trufados de pasta.

Si resulta que Cristiano Ronaldo se ha dedicado a ahorrar dinero recurriendo a las habilidades de su apoderado para la creatividad financiera, creo que estaremos todos en nuestro derecho de tomárnoslo de la peor manera posible. No tenemos nada en contra de que un tarugo metrosexual se forre con el fútbol –así funciona la ley de la oferta y la demanda, y un futbolista interesa a mucha más gente que un filósofo–, pero sí de que el tarugo en cuestión, no contento con lucrarse jugando a la pelota, pretenda esquivar sus obligaciones con la comunidad que lo ha hecho rico. Hasta ahí podíamos llegar y nuestra paciencia tiene un límite.

Pasemos por alto la evidencia –humillante para cualquiera con dos dedos de frente y medio cerebro– de que, en el deplorable momento presente, el futbolista haya sustituido al actor o al rockero en el imaginario glamuroso colectivo, copando la publicidad, la admiración del populacho y las tías más buenas del planeta, que suelen ser, eso sí, modelos cuyo intelecto está a la altura del crack de turno. Sé que puedo parecer envidioso –y probablemente lo soy–, pero ¿no les parece que hemos bajado muchísimo el nivel de nuestras celebrities? Personalmente, nunca me había molestado que Mick Jagger o Leonard Cohen fuesen siempre con unas señoras de toma pan y moja, lo que sí sucede con Cristiano Ronaldo, sin ir más lejos. Ello se debe a que le considero un zoquete enriquecido gracias a un espectáculo que me aburre y cuya repercusión social me indigna. Vamos, que lo veía con Irina Shayk y me hervía la sangre, mientras que ahora me parece muy bien que a la rusa se la beneficie Bradley Cooper.

Lo reconozco: no soy imparcial. Me irritan el personaje y el mundo en el que se mueve. Y si además resulta que no paga sus impuestos, ya me entran ganas de verlo entrar en la cárcel, donde sin duda se hará extremadamente popular si sigue usando ese barniz tan chachi en las uñas de los pies. Aunque me temo que lo peor de todo esto no es la actitud del futbolista de turno, sino la del ciudadano medio, empezando por ese juez que ha prohibido a la prensa seguir publicando datos de la investigación en torno a Cristiano Ronaldo y terminando por el hincha del Real Madrid que, como el del Barça en su momento, cree que su ídolo tiene derecho a hacer lo que le plazca. La afición desmesurada a un deporte asaz simplón ha generado unos monstruos que ahora no hay manera de poner en su sitio.

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