
A punto de celebrar sus cuartas Navidades entre rejas, se queja Gerardo Díaz Ferrán, condenado por el saqueo de Marsans y con varias causas todavía pendientes de juicio, de que otros famosos de su especie gozan de libertad provisional o del tercer grado penitenciario. El que fue presidente de la patronal achaca este agravio comparativo a que él no tiene padrinos políticos.
De agravios comparativos habla también I. G., madre de un recluso del montón, en carta escrita “con rabia e impotencia” a este columnista: “Mi hijo solo se quejaba del frío que pasaba, pues tenía que dormir con guantes y gorro, de que el agua de la ducha salía muy fría y de que la comida era muy mala. Estoy segura de que Don Fabra no come esa comida”. En otro párrafo, explica que, a falta de autobús, cada vez que quería visitar a su hijo tenía que gastar cincuenta euros en taxis y, como “todo se compra dentro, desde un champú a una televisión”, muchos presos prefieren que sus familiares les envíen ese dinero.
“Si no fuera por lo triste e injusto, sería para partirse de risa cuando veo a esos ladrones pasar [en la cárcel] una temporada tan contentos, pues saben que cuando salgan irán a sus mansiones y a disfrutar de millones”. La carta termina contando que lo último que le dijo su hijo fue: “Mamá, no voy a volver a ese cementerio de hombres”, y, aprovechando un permiso de salida, se quitó la vida.