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Mi mejor propósito

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Cansado de llenarme la cabeza de propósitos que no cumplo, este año he decidido ponerlos por escrito. Cuentan que así están más presentes los 365 días.

Tras buscar alguna libreta de propaganda en ese cajón de la cómoda donde guardas los papeles y comprobar que no quedaba ninguna, he comprado una con dibujos de sirenas. Es un cuaderno lineado, no mayor que la palma de mi mano, de tapas imantadas y destellos plateados en ellas, igual que la superficie espumosa de un mar desperezándose tras una marea tranquila. 

–A su niña le van a encantar estas ilustraciones.

–Es para mí.

–¡Ah! –la chica de la papelería ha titubeado antes de ofrecerme otras opciones–. Las tenemos con imágenes deportivas, si prefiere cambiarla.

–Gracias, pero me gusta esta. 

Se ha quedado convencida de que, además de gay, me falta un hervor. Sin embargo, esos tonos aguamarina me han recordado a nuestras pasadas vacaciones en el Caribe. Tú flotando en el mar envuelta en tus larguísimos mechones cual medusa y yo leyendo en la tumbona, admirándote con disimulo aunque no lo gritara a los cuatro vientos. 

–¿Has visto esa pareja de ahí? 

–¿Las dos morsas de mil años cada una? –te respondí después de que te dirigieras a mí mientras te secabas, tapándome el sol.

–Desagradable eres. 

–A ver, ¿qué les pasa?

–Que se bañan juntos. Que aunque lleven una vida parecen recién enamorados. Mira cómo él la sostiene en los brazos porque ella no debe de saber nadar.

–En el agua pesa la mitad, no te joroba. Si no, necesitaría una grúa.

Esa vez no protestaste. Tal solo me tiraste la toalla a la cabeza y cuando me desprendí de ella te descubrí de espaldas, enfilando el camino hacia la habitación. Normalmente los enfados te duran el suspiro de descorchar una botella cargada de gases que se volatilizan en minutos; sin embargo, aquel penúltimo día del verano cambiaste el ceño, hasta hoy que todavía te dura. 

Tú sueles escribir una lista de intenciones anual de un modo tan metódico, que cada día antes de acostarte la repasas como un creyente sus oraciones. Y sabe Dios, si es que existe, que me he reído de tu costumbre por sistema, pero, valorando tu éxito y mis fracasos, este 2017 va a significar una inflexión en mi biografía porque pienso tomar nota de lo que me proponga este año. De lo que deseo y no hago. 

De hecho, estoy hastiado de echar barriga cuando enero tras enero renuevo mi bono en el gimnasio; de no salir del “nice to meet you”; de no saber en qué valores invertir ni de resolver un cortocircuito casero. Harto de que me reproches que no te diga lo que en cambio sí siento, y de no sentir las burradas que a veces te suelto. Harto de reprimirme cuando te observo dormida, porque si me dejaras me comería a bocados esa boca de ángel. Harto de escucharte rumiar lo gorda que te has puesto y no sea capaz de asegurarte que no concibo otro cuerpo más sexy que el tuyo. Harto de callarme que eres la mejor compañera de viaje y que si no me baño contigo es porque me aterran las medusas, y desde que me picó una –que fuiste tú– ando con el seso perdido. 

Del sexo ni hablo, porque tengo el tuyo metido entre ceja y ceja. 

¿Te das cuenta? Apenas empiezo a escribir la lista, apareces tú. Mi mejor propósito. 


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