
Silvia Saint es el Cristiano Ronaldo de porno, un Ronaldo con bragas de trámite, y la piel color cruasán, zona checas, que son las que molan en el porno último, o penúltimo. Saint fue la gran estrella de lo suyo, a lo largo de los noventa, y hasta se dedicó a la producción de género, porque entonces el género daba para poner productoras, que luego se han ido arruinando con la orgía gratis de internet. Silvia, si hacemos el retrato, pero el retrato de cuerpo entero, nos cabe bajo aquella frase del poeta: “No dudaré de su mágica hermosura, pero sí de su existencia”. Solo que Saint sí existió. Como que un jeque árabe llegó a ofrecerle tres millones de dólares por quince días de compañía.
El ricachón, entre Neymar y Gil
El hombre de 2017 es el hombre de 2016, Donald Trump. Y parece que viene a quedarse cuatro navidades. Sin entrar en consideraciones de lo político, Trump, como famoso, tiene al norte a Neymar, que peina todos los despeinados, como él, y tiene al sur a Jesús Gil y Gil, el amo de Imperioso, un populista de prime time, como Trump, solo que sin helicóptero y con barrigón faraónico. Trump viene a ser, como cromo popular, un Gil de Manhattan, más el champú de fantasía de Neymar. Ya verán que repercute todopoderoso en los papeles del colorín, porque carga consorte que es Miss Mundo, aunque no lo sea, o sea, aunque se haya quedado en exmodelo. Trump consta de Melania, peinado imposible, y luego un coro de archirrubias donde asoma su propia hija. A Trump le conocemos de lejos. Ya soltó, hace pocos años, a pie de avión propio, que “España es un gran país, pero está enfermo, y este es el momento de aprovecharlo”. Ahora estamos mucho en la coña de sus deslices machistas, pero eso soltó. Tenía que salir un rico extranjero para decirnos lo que ya sabemos: que somos millonarios en gangas. Donald Trump es un señor forrado que, por supuesto, ve negocio en los pobres, pero a diferencia de otros forrados, va y lo dice. Nos ha diagnosticado enfermedad, y nos va a aliviar, si llega el caso, comprándonos a precio de chamizo el adosado. El y otros como él. Porque tenemos mucho adosado, y mucho coche chulo, y mucha playita urbanizable, pero lo mismo todo se lo debemos a un señor magnate, por lo general norteamericano, que nos lo va a pagar todo, a precio de rebajas, después de codiciarnos desde la ventanilla de su avión privado.
La burbuja inmobiliaria ha resultado un ahogo, un naufragio, y los de la pela importante siguen pillando carrera para venir a salvarnos poniendo a su nombre el botín inmobiliario. Esto es un poco como esperar con prisa a que se muera la abuela agonizante, para repartirse la alegría de la herencia. Menos mal que ya había pasado la crisis que nunca se acaba. Bien lo sabe Trump, señor de tantos años.