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Caso Maristas: Judas sin castigo

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Jorge vino al diario después de pasarse por la comisaría de Les Corts y reunirse con el cabo Pau para presentar una denuncia contra dos profesores: Arnold y Felip. El segundo y el tercer docente implicados en el Caso Maristas después de Joaquim Benítez. Vino a la redacción y explicó que acababa de poner al corriente al investigador de los Mossos d’Esquadra de los abusos que sufrió por parte del hermano Felip y del profesor Arnold. Sendas querellas resultarían decisivas. Apuntaban a Arnold, quien a pesar de haber sido ya acusado de pederastia por Álex en 1997 siguió ejerciendo de docente sin problemas hasta que se jubiló, y al hermano Felip, que actualmente seguía en activo en el colegio de Sants-Les Corts.

Al hermano Felip lo acusó de masajearle los pezones en clase y de meter su mano en el bolsillo trasero del pantalón cada vez que lo sorprendía por el pasillo. Nunca llegó más lejos. A Arnold lo acusó de algo todavía más ambiguo. En unas colonias, Arnold lo sacó a él y a un par de compañeros del comedor en el que cenaban por mala conducta. Jorge remarcó que el supuesto mal comportamiento no había existido y eso provocó que tanto él como los otros dos afectados se quedaran castigados a la fresca preguntándose inquietos qué habrían hecho. Estaba lloviendo y ese rato a la intemperie los dejó calados. Cuando Arnold decidió perdonarles lo que hubieran hecho, se los llevó a las habitaciones. Para entrar en calor, les obligó a ducharse. El profesor cogió una silla y contempló plácidamente cómo lo hacían. Jorge era solo un crío, pero el mosqueo que tuvo entonces lo seguía manteniendo ahora. Sabía, sin poder demostrarlo, que se inventó una excusa para que se remojaran y poder obligarlos a ducharse delante de él.

(...)

La familia de Ferran Barnet, de raíces campesinas que se hundían en un pueblo de Lleida, abrió a mediados de los años setenta una tienda de frutas y verduras en el mercado de Sants. Su madre, Maria Carme, me explicó que lo que habían previsto para Ferran era que creyera en Dios, que fuera temeroso de su poder y que se convirtiera en una buena persona. Tan importante como que estudiara era que lo hiciera en un colegio religioso. Y el de los Maristas era el mejor. Pagaron más dinero del que podían pagar sin meterse en apuros y lo matricularon en el colegio marista de Sants. Hasta que Ferran no llegó a octavo de EGB, no tuvieron ningún motivo para creer que tanto esfuerzo acabaría sin recompensa.

Durante este curso escolar, el de 1986-1987, el chico acudió junto a otros veinte estudiantes a unas convivencias que la orden celebraba en un albergue de Llinars del Vallès. Una noche de las que pasaron lejos de casa mientras duraron estas colonias de claro tono religioso Ferran chocó violentamente contra una verdad que escapaba a la manera de entender las cosas que tenían sus padres. Se acostó como los días anteriores en su litera y se quedó dormido. No se despertó al día siguiente, se despertó en mitad de la noche, bruscamente, cuando notó una mano palpando bajo sus pantalones de pijama. Al abrir los ojos, desorientado, distinguió junto a su litera la figura de un adulto al que conocía bien pero al que no podía reconocer haciendo eso. Tanto le sobresaltó descubrir la zona más oscura de un profesor –al que quería– que todo cuanto supo hacer fue darse la vuelta y enrollarse con fuerza dentro del saco. No abrió la boca, no protestó. Todavía sentía el contacto de aquella mano traicionera sobre su parte más íntima y no dejaba de preguntarse si verdaderamente acababa de descubrir a Felip, su profesor de dibujo, hurgando dentro de sus calzoncillos. Al pederasta, por el contrario, no le incomodó lo más mínimo el verse sorprendido por Ferran y, tras ver cómo se revolvía para darle la espalda, se incorporó y se fue a por otros chicos que dormían en esa misma habitación. | Sigue leyendo.


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