ESCRIBIR SOBRE el nuevo presidente de los Estados Unidos tiene muchos riesgos. Por la velocidad con la que produce acontecimientos, cualquier barbaridad queda desfasada y superada por la siguiente en menos de un día. También porque sus bandazos y desafueros son absolutamente impredecibles, incluso en las vaticinios más nefastos. Su mayor peligro, sin embargo, está en los efectos que va a producir a medio y largo plazo, pase lo que pase con su presidencia. Trump ha dinamitado las formas de la democracia, las que implican respeto, educación, sosiego y tolerancia, esenciales para una convivencia pacífica entre seres humanos. Su puesta en escena cuando firma los decretos, cuando comparece ante la prensa, en cualquier acto, es la representación más evidente de ese disparate. Mucha gente le adora, porque “es como nosotros”, otra tanta le detesta. Él solo habla para los primeros con la convicción de que juntos arrasarán con todo lo que se ponga por delante. Trump no es el mal, sino su apología, lo cual es peor. Con él se han venido abajo todas las historias que nos han contado sobre la Casa Blanca en libros, en cine y en televisión. Pero habrá un desgraciado guionista que escribirá la historia y no sabrá cómo hacerlo porque nunca antes la realidad había superado tanto a la ficción más salvaje que pudiera imaginarse. Sin embargo, pensemos, a modo de consuelo, que cuando da ya todo igual es importante mantener la calma. Este es un caso muy adecuado para ello. | Sigue leyendo.