Yeisiey es un nombre exótico y de mucho birlibirloque, porque puedes leerlo a modo, o bien al revés, y te sale lo mismo. Y lo mismo es una chavala de morenía, que nació en Caracas, pero que hizo mucha carrera de artista en España, desde jovencísima. En interviú desperezó su nombre sugeridor, que era, naturalmente, un modo de desperezarse ella misma, una criatura de esplendor tostado y alegría tropical. De Yeisiey sabíamos que era fan de Barça, y que llegó a ejercer incluso de musa animada y animosa en una fiesta pospartido de la época de gloria mayor del Barca, cuando Guardiola era emperador. Parece ser que Yeisiey le trajo suerte a Joan Laporta, en su momento, pronosticándole una temporada de trueno, la del 2009, y Laporta la invitó a un partido último, y triunfal. La musa lo fue luego de estas páginas. Lo vuelve a ser.
Y además...
La elegancia con testosterona
Ahora que ha palmado Roger Moore, vemos que Sean Connery aún mola más. Quiero decir que a Connery no lo superas nunca como Bond, porque es la distinción más la testosterona, y Moore tenía algo de británico que se mete a follar sin quitarse la pajarita. James Bond ha sido varios machos, pero a uno siempre le sale uno principal, Sean Connery. La muerte de Roger Moore, que ya era eterno, es de algún modo el diagnóstico de la muerte de Connery, que aún es un tronco de tío, pero un tronco de ochenta y muchos palos bien trotados. Connery conserva dos de las claves de toda elegancia: la estatura de delgado y la cabeza de estatua. Le sobra estilo inglés, se ponga como se ponga. Alguna vez leí que queda encumbrado entre los más elegantes hombres de los últimos cincuenta años, y eso es como decir que su elegancia es clásica, pero se ha hecho intemporal. Junto a él, Paul Newman y Johnny Depp, citando dos ejemplos distintos y casi contrarios. Pasa la moda, y queda el estilo, como me parece que arriesgó Coco Chanel. Ian Fleming, autor de los libros inspiradores de la serie, hizo a James Bond hijo de un caballero escocés, después de conocer a Connery, que modificaba así, con su facha, la biografía de un personaje de ficción. Pierce Brosnan o Daniel Craig van de Bond, pero Bond siempre quiso ir de Sean Connery.
Connery siempre resulta él, a pesar de James Bond. A pesar de los trajes pulcros que llevan todos los de esas películas y los relojes fascinantes de mirar la hora de haber quedado para el lío con Ursula Andress, Carole Bouquet o Halle Berry. Algún día, le dio la prensa por muerto, y él salió resucitado con un traje de luto alegre. La fama mundial la ha llevado sin más estruendo que ir recogiendo premios como el que va a un cumpleaños de la familia. Estuvo alistado en la marina británica, y de entonces le quedan dos tatuajes medio ocultos, como cicatrices a la tinta del hombre de acción que fue y acaso aún es. Como bordaduras canallas en su físico exquisito de macho esbelto que cede la puerta a las damas. Lleva tatuajes por dentro, sí, y también por dentro llevó siempre la pajarita de Sir. Como Moore, pero al revés. | Sigue leyendo.