
Parte de las canas que, a sus 61 años, peina el ermuarra Carlos Totorika Izaguirre se las ganó entre el secuestro de Miguel Ángel Blanco, el 10 de julio de 1997, y su asesinato en un descampado de Lasarte 49 horas después. Y parte de las ilusiones que mantiene en política este veterano se afianzaron asistiendo a la reacción de sus vecinos aquellos días, cuando la sociedad se hartó del yugo de ETA. De hecho, puede que el recuerdo más indeleble de su carrera sea el de la visión de una muchedumbre expectante bajo el balcón del edificio consistorial en el que tiene su despacho, esperando noticias sobre el joven concejal del PP cuyo destino tenía en vilo a toda España.
Hoy el economista Carlos Totorika, antiguo empleado de la Bilbao Bizkaia Kutxa, es un tótem de su partido. En 2002 rivalizó con Patxi López por el liderazgo del PSE-PSOE. Antes fue parlamentario vasco. Hoy es diputado de las Juntas Generales de Vizcaya. Pero, sobre todo, y ya van 26 años, sigue siendo alcalde de Ermua.
En el patio central de su ayuntamiento, el palacio Valdespina, un noble edificio renacentista de dorada piedra vizcaína, hay un busto de Miguel Ángel Blanco Garrido, joven político sin experiencia, obrero hijo de obreros, primer miembro de su familia que iba a tener estudios. El bronce de su estatua le retrata con rostro relajado, descamisado y eternamente joven. Totorika lo ve cada día al subir a su despacho.
¿Qué queda hoy de aquello que se bautizó como espíritu de Ermua?
Lo que queda es una esperanza que se hizo cierta: podíamos acabar con ETA algún día. Con las movilizaciones de Ermua se superó el miedo que antes había tenido paralizada a la sociedad vasca, y que hacía que cada asesinato se viviera con terror, cada uno en su casa, en silencio. Aquellas movilizaciones sacaron el grito de la gente, se le llamaba a ETA “asesina”, e hicieron posible que los ciudadanos se convirtieran también en defensores de las libertades de todos. Del espíritu de Ermua queda el resultado cierto: ETA derrotada por la sociedad. Desde aquel asesinato, y desde la reacción de la gente, cada asesinato, en vez de generar parálisis social, activaba a la sociedad de una forma muy intensa.
Pasados 20 años desde el asesinato de Miguel Ángel Blanco, usted, a alguno de los que animaban la persecución o jaleaban los crímenes, ¿lo ha visto arrepentido?
No. A personas de los entornos de Herri Batasuna, les he visto que les cambiaba la mirada; ahora en las caras de algunos de ellos no veo el odio que veía. Pero palabras de arrepentimiento expreso no se las he oído a nadie de Herri Batasuna. Bildu es distinto; ahí hablamos de otras opciones políticas que están en esa formación, como EA o Alternatiba (en vascuence), que han defendido las libertades y no compartían en absoluto la violencia. Pero, de gente de Herri Batasuna, no recuerdo ningún caso de petición de disculpas, o de condena de ese pasado de violencia que atacaba la vida y la libertad de todos nosotros.
Y hoy, ¿cuál es la principal amenaza contra el espíritu de Ermua?
Más que amenaza, lo que pasa hoy es que procede cerrar etapas históricas, y no se puede cerrar la del uso de la violencia sin que se produzca por parte de la antigua Herri Batasuna una petición de perdón. Pero no solo a las familias de las personas que fueron asesinadas; también a toda la sociedad vasca, porque limitaron durante años y brutalmente la libertad de todos los que no éramos nacionalistas. Deben ser autocríticos con su pasado, porque, por medio de la violencia, se intentó imponer un proyecto político partidario y que limitaba la pluralidad de los vascos. Eso es importantísimo para pasar a esa etapa nueva, en la que se conviva desde el respeto, y con las reglas de juego de la democracia.
En marzo pasado, Francisco Javier García Gaztelu, Txapote, el asesino de Miguel Ángel Blanco, disfrutó de su primer permiso extraordinario, contra el criterio de la Junta de Tratamiento de su prisión. Las víctimas dicen que ese tipo de noticias las humilla…
No me extraña que se sientan humilladas, porque el sentimiento de quien ha perdido un hijo, o un padre... Estoy convencido de que algo se les rompe por dentro cuando ven salir a alguno que les ha asesinado a un familiar, aunque sea 20 años de cárcel después. Y lo entiendo. Pero otros tenemos que pensar que la sociedad debe regularse por leyes, y las leyes dicen lo que dicen, aunque nos disguste profundamente en lo personal, y tenemos que cumplirlas o cambiarlas. Hay dinámicas contradictorias difícilmente gestionables: el reconocimiento a los asesinados y a sus familias es básico en una sociedad sana, pero el respeto a las leyes también.
Desde que ETA anunció el cese de sus atentados, se repite en Euskadi que la batalla ahora es por el relato, por que no se tergiverse la verdad histórica. ¿Cómo pelea hoy usted por el relato de lo que ocurrió?
Pues en ocasiones viviendo días amargos como estos, porque el recuerdo de aquellos días, bien dolorosos, y la presión que supusieron para los vecinos de Ermua, y para los vascos, y para los españoles… y para mí mismo… Cuando uno tiene un discurso de enfrentamiento abierto con ETA durante años supone un esfuerzo personal, psicológico, mental, importante. Estos días estoy dándole vueltas a qué debemos hacer. Hay un alcalde en Rentería que reconoce el daño que se hizo a las personas y pide perdón a sus familiares, pero no es suficiente. Es importantísimo pedir perdón a las familias, porque la empatía con las víctimas es básica en una sociedad, pero hay una segunda parte: admitir y criticar que la violencia se empleó para imponer un proyecto político y para paralizar a los demás, limitando de forma brutal la libertad de quienes no éramos nacionalistas. Esa segunda parte no la oigo, y creo que se la tenemos que exigir a Herri Batasuna. Mientras no haya una crítica del pasado, no habremos acabado con esa etapa histórica.
Entre los políticos que vivieron la Transición, y la etapa de violencia de la que estamos hablando, noto desazón ante figuras de la nueva política, como si no entendieran el esfuerzo que supuso. Y me refiero también a algunos compañeros suyos jóvenes del PSOE.
La libertad es algo que se aprecia sobre todo cuando no se tiene. Cuando uno es joven y tiene ilusión por leer un libro, ver una película, reivindicar algo en una manifestación, y no puede hacerlo, comprende bien el valor de la libertad. Quizá sea como la forma en que ven la salud aquellos que no están sanos, o el que tiene hambre y mira un plato de alubias rojas. Quizá es difícil que las generaciones actuales entiendan el valor de la libertad, y del paso importantísimo que se dio en la Transición, porque hoy se vive con libertad. Lo entiendo. Pero es una mentira la creencia de que la libertad es como la lluvia o el viento, que están ahí, a disposición. La libertad es algo que hay que cultivar, que no tenemos asegurado, y que hay que defender. Los riesgos para la libertad siguen ahí. Hoy mismo, por ejemplo: es una locura cómo estamos tratando a los refugiados. Seguramente algún día esto se leerá como hoy leemos cómo trató Europa a los judíos, cuando algunos países democráticos cerraron sus puertas a los que querían huir de la Alemania nazi. | Sigue leyendo.