
Hubo un tiempo en España, no tan lejano como pueda parecer, en el que el verano no empezaba hasta que Georgie Dann daba a conocer su canción especial para la temporada. Eran los tiempos de la canción del verano, cuando se competía por ver cuál era el tema más escuchado durante la canícula. Algunas canciones ya se publicaban con esa intención; otras se contagiaban de forma imprevisible hasta hacerse omnipresentes. Unos músicos lanzaban su single en verano como habían publicado los anteriores en Navidad y Semana Santa; otros parecían haber estado conservados en formol durante todo el curso, pasando directamente del tanque al estudio de grabación para registrar la canción del verano. Georgie Dann pertenecía a este segundo colectivo de músicos. Nunca supimos dónde se metía en invierno pero, en cuanto llegaban los calores, el hombre aparecía puntualmente en radios y televisiones, con la sonrisa caballuna permanentemente encajada, para contagiar su optimismo militante y su pegajosa joie de vivre.
¿Se puede hablar de Georgie Dann en presente? Hombre, en teoría, sí. Tiene 77 añitos, pero sigue en activo y persiste en fabricar cada año la canción del verano. La de esta canícula atiende por Que viva el vino y está en la línea de sus grandes clásicos, esa lista de temas inmortales que empieza con El Casatschock (1969), pasa por El Bimbó (1975) y Mi cafetal (1977), brilla con luz propia con El chiringuito (1998), deja espacio para la autocrítica con Mecagüentó (2007) y vuelve a las alegrías básicas de la vida con La cerveza (2013). El Georgie actual y el Georgie de antes son la misma persona, pero el interés del respetable por sus canciones no puede decirse que se haya mantenido imperturbablemente masivo. De hecho, este verano cuesta Dios y ayuda escuchar Que viva el vino en ninguna parte, ya que en todos lados suena el Despacito de Luis Fonsi o las cosas de Pitbull. Yo me he tenido que meter en Youtube para disfrutar de Que viva el vino, lo cual no es el destino ideal de la canción del verano, que se llama así porque la oyes –no hace falta que la escuches– te pongas como te pongas y aunque no tengas ninguna gana. Eso era lo que sucedía antes con los temazos de Georgie Dann. Yo diría que La barbacoa fue el último en triunfar a lo grande: ¿Cómo no va a arrasar una canción que incluye el concepto chorizo parrillero? Pero de un tiempo a esta parte, las cosas no le van a nuestro héroe tan bien como debieran. ¿Motivos? Bueno, tiene mucha competencia, mucha más que en los años 60, cuando le bastaba con repartirse el pescado con Los Diablos y Fórmula V, pues era un tiempo previo a la globalización en el que la canción del verano era como un deporte doméstico en el que no participaban los extranjeros. Invariablemente, durante bastantes años, la canción del verano fue en España un producto local, procedente casi siempre de los mismos hornos. Con el tiempo, el propio concepto de canción del verano fue cayendo en desuso, siendo defendido tan solo por auténticos creyentes del fenómeno, como nuestro Georgie.
Cuando yo era pequeño y veía la tele franquista, Georgie Dann era otro de esos extranjeros que, por motivos que yo no alcanzaba a comprender, se habían quedado en España a vivir y a prosperar. O sea, que Georgie era como Torrebruno, Franz Joham, Tony Ronald o aquel danés hirsuto que formaba parte del grupo de rock progresivo andaluz Smash. Ya en la adolescencia, cuando me fascinaba todo lo francés –sobre todo, los cómics–, no entendía cómo alguien nacido en París se había podido instalar voluntariamente en Barcelona (aunque más tarde acabaría trasladándose a Madrid). El caso es que Georgie se presentó en el Festival de la Canción del Mediterráneo que se celebraba en mi ciudad en 1965 –con su bonita canción Tout ce que tu sais– y ya no se movió de España. Alguna epifanía tuvo que experimentar el hombre para cambiar de país y de idioma y lanzarse al ruedo de la música popular española de los años sesenta (que estaba en mantillas, todo hay que decirlo). En vez de quedarse en París ejerciendo de cantautor engagé, elaborando himnos antifranquistas e invitando a carajillos a Paco Ibáñez, Georgie Dann se plantó en la España de Franco para convertirse en el rey de la pachanga. ¡Y lo logró!
Para causar mejor impresión, vistió su música jaranera con vistosos espectáculos de gran colorido, una vestimenta de impresión y unas coristas en minifalda –Georgie se acabó casando con una de ellas, que es la madre de sus hijos– conocidas como las Georgettes, que estaban todas de toma pan y moja (o eso recuerda mi niño interior). Para lo de la vestimenta, recurrió al inolvidable José Trullás, diseñador ya fallecido, responsable de aquellos monos acampanados que lucían Georgie, sus músicos y sus coristas. Aquello era la bomba en cualquier fiesta mayor, amigos. Puede que en invierno no estuviera muy claro dónde se metían Georgie y su pandilla, pero era evidente que en verano se pateaban España de arriba abajo.
Con el tiempo, Georgie logró, incluso, convertirse en un artista de culto, en un personaje que, si no existiera, habría que inventarlo. Desde ciertos sectores de la contracultura, se le aplicó el mismo tratamiento otorgado a Raphael, Camilo Sesto y demás bestias negras del progresismo de los 70, sobre los que ahora se lanzaba una mirada irónica y apreciativa que hasta entonces se les había negado. Y ante el progresivo deterioro del mainstream español, del que cabe responsabilizar a esos horrendos programas de televisión como Operación Triunfo o La Voz, llegó un momento en que Raphael y Camilo eran cool. ¡Y Georgie también! Frente a los temas absurdos, diseñados en el laboratorio, que pretendían llevarse el gato al agua en verano, las honestas chorradas de Georgie, ¡prácticamente hechas a mano, pura artesanía!, destacaban de forma muy notable. A nadie se le ocurriría comparar el más infecto hit de Georgie con La salchipapa de Leticia Sabater. Y es que hasta en la cultura basura hay jerarquías, amigos.
Hoy día, lamentablemente, Georgie Dann se ha convertido en el recuerdo viviente de unos tiempos más cutres e inocentes. Otro con menos fuste se hubiera ido a Benidorm a cantar en la calle junto a María Jesús y su Acordeón, pero Georgie es de hierro y piensa seguir grabando su canción del verano hasta que Dios lo llame a su lado para que le cante lo del chorizo parrillero. Ya no los fabrican así. | Sigue leyendo.