
Eso es absurdo, Tony. El Médico Sicópata ha firmado una declaración cargando con lo de Jesús Palangana... Afirma que le siguió hasta su casa, y que lo mató igual que mató a las dos chicas que aparecieron en Valdemingómez, en un arrebato de furia asesina...”.
—¿Y cómo es que ninguna de las víctimas anteriores habían sido esposadas? Venga, Rafa, no me vengas con esas…
—No me vengas tú con tus teorías. Ahora resulta que nos vas a salir como tu padre, un tocapelotas integral. No vas a decirle tú a gente con la experiencia de Pacheco y Duarte cómo llevar un caso...
Tony colgó, furioso, y se quedó sentado a su mesa, la mano sobre el auricular. Por la ventana entreabierta, con las persianas bajadas, llegaba el ruido de la céntrica calle Montera con su habitual aluvión de pelanduscas, ludópatas y mangantes. Se levantó y se fue a la ventana. Contempló un rincón desconchado del techo hasta que un nuevo timbrazo telefónico le sacó de su ensimismamiento.
—Tony, soy Vagina… La he visto…
—¿A quién?
—¡Al policía! ¡Al de las esposas! ¡Al más malo y peor!
Tony sintió una descarga de adrenalina.
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