Siempre me han gustado esas películas en las que se juega con el mismo personaje, pero poniéndole en dos entornos distintos. ¿Qué habría sido de tal rico si hubiera nacido pobre?, ¿qué si pierde ese tren?, ¿qué si en lugar de un colegio le hubieran llevado al de enfrente?, ¿qué si en vez de en la gran urbe se hubiera educado en el campo? Está claro que el entorno modela el carácter, aunque haya una base en forma de adn que no lo cambia ni Dios. Estoy pensando, por ejemplo, en José María Aznar. Imaginen conmigo si “las copas de vino que yo tengo o no tengo que beber déjame que las beba tranquilamente”, en lugar de salir de la boca de un expresidente del Gobierno, lo defiende un alcohólico mal aseado y peor vestido. No cabe duda de que Aznar tuvo la suerte del nacimiento, el desarrollo y la formación para poder atacar las campañas de concienciación de la Dirección General de Tráfico, que tan buen resultado están dando, por otro lado, sin que se le mueva el tupé. Bueno, eso no lo mueven ni los bombazos en Irak.
De las muchas cosas que se destacaron de la última entrega de las memorias de Aznar me llamó la atención el párrafo dedicado a Chávez, a quien dijo que si presidía Venezuela era porque él le había dejado. La realidad es distinta. Si leen uno de nuestros reportajes, Aznar intentó derrotar a Chávez en las urnas en 1998, y para ello envió a Caracas a Francisco Correa (ya le vale), para que coordinara un equipo multiusos compuesto por Alejandro Agag, entonces abriéndose hueco en el entorno familiar, Pedro Arriola, que valía tanto para hablar con ETA como para promocionar a miss Universo, y al abogado Adolfo Suárez Illana; de este se me escapa el porqué. El resultado fue que Chávez barrió en las elecciones y la candidata de Aznar y Correa se quedó con un paupérrimo 3 por ciento. Como verán, no da para tanto chulería. No sé qué habría sido de Aznar si se hubiera criado en el barrio de San Blas, conmigo.
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