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Channel: Revista Interviu
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'All in'

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El bloque de pisos parece una colmena iluminada desde dentro, rota en la fachada por ventanas simétricas a través de las que se escapa la vida. Así sabemos que en el 2º D un hombre acaba de echar el cerrojo en el baño, se sienta sobre el inodoro y empieza a deslizar sus yemas sobre la pantalla del iPad a velocidad de vértigo. Mientras, la cocina huele a aceite recalentado.
—¿¿Vienes a cenar?? –grita su mujer–. Menuda he hecho regalándole el trasto ese. ¡No se despega de él!
Ella no entiende cómo puede gastar tantas horas buscando nosequé en internet, pero por lo menos se queda en casa en lugar de desaparecer cada tarde de domingo.
Los del ático B andan felices redecorándolo. Llevan solo cuatro meses instalados y no se asemeja a la vivienda desvencijada que compraron a precio de saldo. “Aquí nadie pregunta”, aseguraron en la inmobiliaria, y la acertada frase impulsó su decisión carrera abajo por el precipicio de la hipoteca. “No resultará extraño que viva una pareja gay”, sellaron los agentes al darles las llaves. “Maricas –apostillaron los nuevos dueños al unísono–. Los eufemismos no van con nosotros”.
—XM 69 apuesta 2.000, ¿qué hacemos? –advierte uno de ellos.
—Ese tiene pinta de pervertido y va de farol. No vayas, cari. ¿Te preparo un ‘gin-tonic’?
El tintineo de hielos sobre el cristal es común al piso inferior, el 6º B, donde reside ella: una mujer con el pelo muy corto, que ajusta su talla 40 en prendas negras. Junto a la ventana fuma compulsivamente mientras responde mensajes ya que le incomoda hablar; perder el tiempo al teléfono le parece intolerable. De hecho valora muchísimo cada uno de sus actos porque son contados; esta vez el médico ha sido meridiano: “El tratamiento no está funcionando como presumíamos y además tú tampoco ayudas. ¡Deja de fumar, por favor!”.
En cambio se ha comprado un cartón dispuesta a terminárselo durante toda una noche en vela. A su lado el ordenador parpadea indicando que el descanso ha terminado y vuelve a sentarse frente a él. Widowmaker sonríe y pulsa una tecla sin dudarlo; para qué, si cuando en el juego no quedan salidas solo hay dos actitudes: a) dejar correr turno o b) lanzarse sin paracaídas; ella es de estas últimas. All in y que sea lo que Dios quiera.
—¿A qué piso va, por favor?
—¡Uy, me ha dado un susto de muerte! –la mujer que acaba de entrar en el portal se lleva la mano al pecho–. ¿Cómo tiene usted esto tan oscuro? Voy al 2º D, y se lo pienso decir a mi yerno, que es el presidente de la comunidad.
—El asunto de la luz lo decido yo, que para algo soy el portero de noche.
Tampoco va a explicarle que la pantalla del móvil se ve mejor con poca luz alrededor. Vuelve a la partida y le tocan un as y una K; el portero se frota las manos mientras piensa que la vieja le ha traído suerte. Entonces sube su apuesta a 4.000. 
El del 2º D ha tirado dos veces de la cisterna malhumorado, según oye cotorrear a su suegra por la casa. “Sal, hijo. Te he traído un regalo”. Mira que le molesta dejar el póker cuando va ganando. 
Nada más verle, la mujer suelta una caja entre sus brazos.
—Esto es para que estéis juntitos y no te dé por dejar a mi hija sola. ¡Es un bingo, como los de antes!


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