
Cuando Adrián Pérez Ortiz visitó por primera vez interviú, traía una historia corta, por su juventud, apenas 20 años, pero larga, por su expediente médico. Desde que a los tres años le detectaron una catarata congénita y comenzó un prolongado rosario de entradas y salidas de los quirófanos en busca de una solución para un ojo derecho en el que llegó a perder por completo la visión y que, además, le provocaba fortísimos dolores y constantes molestias.