
Quiero un cambio.
Bernardo Stamateas. Ediciones B. 15 euros.
En esta nueva entrega de sus prácticos y exitosos manuales de autoayuda, Stamateas da las pautas para crecer como personas y alcanzar metas más altas. Unos consejos en la línea del recurrente espíritu renovador que nos acomete todos los comienzos de año.
Espejo de Marx. ¿La izquierda no puede vestir bien?
Patrycia Centeno. Península. 21 euros
Aunque hábito no haga al monje, la imagen que otorga el atuendo a cada individuo, no digamos si es un hombre público, dice bastante de él. Tras Política y Moda, la imagen del poder, Patrycia Centeno publica este nuevo ensayo, en el que analiza el guardarropa progresista. Combinando las referencias históricas, dosis de desmitificación y una punta de ironía, la autora compone un cuadro ameno y revelador que complementa con una galería de perfiles: Stalin, Pasionaria, Mao, el Che, Castro, Chávez... Su tesis es que “no hay vestido nuevo sin revolución, pero no hay una nueva revolución en la que no estrene o se defienda un vestido”.
Diario de un estudiante. París 1914
Gaziel. Diëresis. 19 euros
En el verano de 1914, la vida de Agustí Calvet transcurría de forma plácida en París, donde estudiaba Filosofía. El estallido de la I Guerra Mundial también turbó su existencia: desde el 1 de agosto y hasta el 4 de septiembre, llevó un diario en el que fue recogiendo sus impresiones y la descripción de cómo vivían y qué pensaban los habitantes de la ciudad, aterrorizados por el inicio del bombardeo alemán y por un eventual cerco. La publicación de estas páginas, aún hoy vibrantes, desgarradoras, en la prensa de la época supuso tanto un éxito fulminante –que el atribuyó a haber podido captar con fidelidad “el pasmo por la gran tribulación”– como el nacimiento de uno de los más brillantes periodistas españoles, que desde entonces firmaría como Gaziel.
Todo lo que una tarde murió con las bicicletas
Llucia Ramis. Libros del Asteroide. 18,95 euros
Indagar en las raíces familiares puede ser una buena terapia para una treintañera que se ve obligada a volver a casa de sus padres tras quedarse en paro. De ahí brota una poderosa evocación –menos melancólica que ajustada, más sabia que visceral– en la que la protagonista ahonda para tratar de descubrirse a sí misma y a su entorno. Brotan lúcidas y hermosas perlas, como esa descripción del abuelo al que la familia considera senil tras la jubilación como director de un colegio y ella cree que tan solo se aburre, o esa madre que no le reprocha que haya leído sus diarios: “Supongo que los escribí para que alguien los leyera”. Se puede sentir algo de vértigo al leer esta narración. Porque refleja que la zozobra acecha.