
Los últimos mensajes enviados desde el móvil de Sergio fueron a su casero en Bournemouth, al sur de Inglaterra, y hablaban de su peligroso compañero de piso. “Está en la ducha”, le contestó al propietario cuando le preguntó si Karl Addo había abandonado ya la vivienda. Pero el joven español no estaba tranquilo. Tanto que incluso dejó de conversar por internet con su familia. “Mami, te dejo que voy a ver qué está haciendo este. Me extraña que esté tan callado”, escribió antes de cerrar la sesión del chat. Sergio, Natalia y Esteban no podían aguantar más viviendo con aquel “tipo raro” que les robaba la comida, utilizaba hojas de libros para su aseo personal y deambulaba de madrugada por el pasillo mirando ensimismado al techo.