La reconstrucción del proceso que condujo a la abdicación de Juan Carlos I identifica como uno de los hitos determinantes en la elección del momento la advertencia de Alfredo Pérez Rubalcaba de que, sin él al frente, no estaba garantizado que el PSOE apoyara la transferencia de la corona a su hijo Felipe, un respaldo sin el que el heredero hubiera pasado a convertirse en rey de la derecha. Que ese temor tenía algún fundamento se puso de manifiesto en las voces socialistas que, aunque minoritarias y sofrenadas, se alzaron para pedir un referéndum sobre el modelo de jefatura del Estado.
Los militantes socialistas se declaran mayoritariamente republicanos y su electorado está dividido en dos mitades. No hay mitin del PSOE en el que no se vean una o dos banderas republicanas, y no hay congreso en el que no se discuta sobre el modelo de Estado, para concluir siempre que, mientras funcione, más vale dejar las cosas como están. Como explicó Luis Gómez-Llorente en la defensa del voto particular que presentó el PSOE cuando se aprobó la Constitución, la posición del partido siempre ha estado marcada “por la circunstancia histórica que atravesemos”. Y la Monarquía, que fue una solución en la Transición, llevaba camino de convertirse en un problema.
El PSOE nunca ha incluido la República en su programa máximo y tampoco en sus programas electorales, pero, como advirtió Gómez-Llorente, “ninguna generación puede comprometer la voluntad de las generaciones sucesivas”. Así pues, si no quiere ser un rey demediado, Felipe VI tendrá que conquistar a las nuevas generaciones republicanas como su padre hizo con las de su tiempo.
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Felipe VI y su circunstancia histórica
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