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Ricas de aventura

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Folclóricas, lo que se dice folclóricas, ya van quedando pocas, o no queda ninguna, quizá, porque van al trullo o les llega el alzhéimer. Pantoja, ya saben ustedes, está fuera del tajo, y ahora conocemos que Carmen Sevilla ingresa en una residencia, porque de pronto, con el alzhéimer, no nos queda otra. El alzhéimer es un mal incalculable, un ralentí de angustia, y llega un momento en que un enfermo solo aguanta bajo cuidados de especialistas diversos. Así, Carmen Sevilla. No vengo a hacer la crónica de una señora tocada por un mal irrebatible, sino a levantar el homenaje a una vida, la suya, y también de otras como ella, una vida de estrellato de llama de folclórica, que es una raza o estirpe ya en vías de extinción, o casi, salvo los casos de Pantoja, o María del Monte, o Falete incluso, dos o tres ejemplos del folclorismo último, que es un poco o un mucho un folclorismo light. Hablo de Carmen Sevilla, de Sara Montiel, de Rocío Jurado. Hablo de Concha Márquez Piquer, o de Marifé de Triana. Hasta acabar o empezar en Lola Flores. No soy muy de celebrar las faenas laborales de estas señoras, pero sí conviene aupar sus afanes biográficos, porque han sido mujeres de valentía, y han llevado la vida a toda braga, remontando una España negra y adversa, que es la que les tocó, en principio. Yo arriesgaría que hay cierto feminismo, poco o nada buceado, en nuestras folclóricas de siempre. Han logrado vivir de artistas, una profesión de mala o pésima fama, sobre todo cuando eran jóvenes. La que se hacía artista es que iba para puta, o lo parecía. Pero, en rigor, estas mujeres bravas solo querían el aire de la libertad, durante la vida dura, y difícil, y de mucho escaparate. La folclórica ganó siempre su caché, hizo las Américas, y se casó y se divorció, a veces con el mismo hombre.
Peguen ustedes un vistazo a la generación de estas Montieles, o Sevillas, sí, y a ver cuántas mujeres les salen tan “ricas de aventura”, por expresarlo en relámpago de García Lorca, que algún momento tuvo de folclórico. Pocas cosas peores, en la vida, que perder la memoria, como ahora le pasa a Carmen Sevilla. Procede, por tanto, que la memoria no la perdamos nosotros, y hagamos ahora un canto a estas mujeres que ya no hay, cuyas vidas son de copla, cuyas cinturas han sido de monumento. La palabra folclórica se usa a veces bajo énfasis peyorativo, incluso insultivo. Pero están en la folclórica los volantes de la rebeldía, la poesía de las ganas de lo prohibido. A saltos entre un marido y otro, que a veces era el mismo marido.

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