Un experto militar español del siglo XX decía que las películas de guerra que le divertían eran las que menos se parecían a la guerra de verdad. No quería que le contaran la guerra, ya había tenido suficiente con haber estado tres años en una. Una vez le llevé un VHS con El cazador. La vimos juntos en silencio con sendos güisquis. Cuando llegaron los títulos de crédito me dijo: “Esta película sí que cuenta la guerra de verdad”. No dijo más sobre el duro filme de Cimino. Después supe que lo de la ruleta rusa era un juego habitual en el frente, que él había jugado y que tenía un compañero de armas con un surco en la cabeza fruto de aquellos juegos. Por razones inversas, series como Blue bloods (Familia de policías) entretiene: esa familia de reflexivos y católicos policías irlandeses, encabezados por Tom Selleck siempre pensando y moralizando, pero alrededor de una surtida mesa, y con tragos de güisqui seco. Y por la misma detesto House of cards, porque su parodia de la realidad se convierte en parodia de la ficción de unos guionistas cretinos. Les auguro poco futuro a los que recientemente han elegido a Kevin Spacey para anunciar un coche. Personaje antipático al natural, la serie lo ha convertido en detestable. Y el final del semestre también trajo el final de Mad Men: penoso, como el declive de los siete últimos capítulos. Tanta expectación para semejante porquería. Si les gusta la serie, ahórrenselos, y el final, por supuesto. A veces es mejor no consumar el deseo.
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