Anabel Pantoja es criatura de gracia y garra, de ahí que su primo, Kiko Rivera, la eligiera como defensora de plató, cuando Kiko se empleó en el show salvaje de Supervivientes. Porque Anabel es prima de su primo, sí, o sea, sobrina de la mismísima Isabel Pantoja, con la que comparte ciertas semejanzas de morena lámina, y un gusto por la canción alegre y espontánea. Anabel, un día, no fue exactamente esta Anabel que aquí ustedes saludan, porque la que aquí triunfa tiene treinta kilos menos de la muchacha sólida que fue, mucho antes de echarse a los escaparates de la tele. Como lo oyen: treinta kilos perdió nuestra chica, que no es licencia literaria, y se dice pronto. De modo que estamos ante la Anabel Pantoja que se ve “más guapa que nunca”, según sus palabras de entusiasmo, porque ha afinado la estampa, y, para celebrarlo, va y se hace el reportaje estival en interviú, pero justo a la vuelta del verano, el del 2013, por ser minuciosos. Anabel cumplió unas fotos de sirena sin playa, y con buenas piernas, y se puso en la melena un par de rosas con el encendido acento del rojo, en algún momento, a juego con la braga. Era, y no era, un homenaje a su familia de folclore. Acompañando sus retratos, Anabel nos fue contando que Kiko Rivera es un buen chico, que a su tía la veía más tranquila que en épocas anteriores, y que ella se venía ganando la vida como maquilladora y asistente personal de Isabel, al margen de los mayores o menores pluriempleos televisivos. Anabel, cuando era defensora de Kiko Rivera en las trifulcas de prime time, se buscó a veces vacile o censura a propósito de las novias, urgentes o no, de su primo inquieto, “porque todas salen en interviú”. Un rato más tarde de aquella frase, la propia Anabel salía en interviú, sí. Pero como novia de sí misma, en todo caso, porque adelgazó, porque su familia es su familia, porque sus 27 años merecían un homenaje.