Son las cinco de la tarde en Fisterra, pueblo mariscador y paraíso azul de la costa gallega. Sol y agua brillan en la playa de Langosteira mientras algunos turistas observan el mar entre coloridas barquitas de madera que duermen en la arena esperando a ser utilizadas para faenar. Entre rocas y redes, quienes residen en la zona avisan de que la tranquilidad tardará poco en marcharse: llega agosto y con él, miles de personas dispuestas a ocupar cualquier hueco libre de la playa.
A escasos metros de Langosteira está el puerto. Allí la situación no es tan idílica. Guillermo, Luis, Juan Carlos y Jesús son solo cuatro de los 59 mariscadores afectados por la marea roja, una concentración de toxinas producidas por algas marinas, que ha tomado las aguas de la ría de Corcubión, entre otras de la costa gallega. Guillermo Traba tiene 41 años y comenzó a trabajar a los once “Empecé buceando con gafas y aletas, sin neopreno. Miraba a mis hermanos y lo hacía como hacían ellos. Me gustaba y lo hacía por ‘hobby’”, cuenta. Luis López, de 49 años, Jesús Domínguez de 50, y Juan Carlos López, de 43, llevan treinta dedicándose al oficio rey del municipio: son recolectores de marisco.
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