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Fernando Macía Ojea

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Esto no es una necrológica. Pero se ha muerto un publicitario y no se ha roto un paisaje. En realidad, en pocos días, se han muerto tres, de distinto perfil y condición. De Leopoldo Rodés, el primero, que de publicitario pasó a prohombre barcelonés, ya se ha escrito casi todo. El segundo, Stanley Bendelac, el francés que fundó en 1970 la agencia española Delvico, de la que salió la gente encantadora de Citroën, los que se sentían Flex y el Hacienda somos todos, entre otros eslóganes de Bendelac y sus muchos creativos. El tercero, menos conocido pero quizás el más publicitario y el más creativo, Fernando Macía. En la agencia Tandem DDB, formó parte y dirigió uno de los equipos más brillantes de la publicidad española, y colocó a Audi y a Volkswagen en el Olimpo de la notoriedad y las ventas. Después, se dedicó con éxito a la comunicación política y se le ocurrieron cosas tan geniales como convertir a un modesto diputado leonés en ZP, una de las campañas de mayor calado de la democracia española, junto a las de Gabriel Jiménez (“Otan, de entrada, no” y “Por el cambio”). Pero la publicidad en España, como dice otro gran creativo y amigo, Salvador Güemes, se ha ganado su desprestigio social a pulso. Dudo que Macía sea recordado más allá de estas líneas y otras en alguna revista del sector. Como paradigma, la autoría de lo de ZP se la apropió su jefe, al que le escribieron un libro sobre la hazaña, que por supuesto firmó como suyo. Así se cuenta la historia de la publicidad española.

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