
Salí del palacio de La Zarzuela en un estado lamentable a causa de la ingesta de tequila, así como profundamente deprimido por la conversación mantenida con el monarca. Tengo un vacío a partir del segundo margarita y no recuerdo muy bien cómo llegué al hotel, aunque algunos flashes aportan determinadas pistas. ¿Realmente cantamos Su Majestad y yo El novio de la muerte, acompañados al sitar por su amiga y a los bongos por Anselmo, el chófer? ¿Seguro que me crucé en la recepción del hotel con Belén Esteban, quien me dijo que se trasladaba a un apartamento pagado por Tele 5 en la calle Serrano, que se había echado un novio futbolista del Real Madrid y que ya estaba de tertuliana fija en el programa de Jorge Javier Vázquez? Cuando me equivoqué de planta al subir en el ascensor, ¿era Duran aquel calvo que pasaba el rosario sentado en un silloncito del pasillo? En cualquier caso, acabé llegando a mi habitación, pues a la mañana siguiente estaba en mi camita cuando aporrearon la puerta y escuché un intercambio de frases absurdas entre Mas y Duran:–Que te digo que es mi secretario. Y me va a acompañar a ver a Botín.–Mentira. Yo se lo propuse primero y accedió a acompañarme a la cita con el presidente de la Conferencia Episcopal.–¿Y si nos ha dicho lo mismo a los dos para quitársenos de encima?–Eso no me extrañaría. Si ya era un cantamañanas hace un siglo, es muy probable que lo siga siendo.Abrí la puerta envuelto en una toalla y mis compañeros de viaje me miraron muy mal.–Resaca mortal, ¿eh, mamarracho? –sentenció Mas.–Casi mejor que vaya solo a ver al Arzobispo –añadió Duran–. Como me vean con éste, me excomulgan, que ya es lo único que me falta.–Me voy contigo –le dije a mi ex president–. Quiero ver de cerca al mamón que corta el bacalao en este país de mierda. ¡Me va a oír!Aún me duraba un poco la torrija del día anterior, así que me propulsé a la ducha y le dije a Mas que en diez minutos podía contar conmigo para lo que hiciera falta. Justo antes de entrar en el baño, me sonó el móvil: era el inefable Anselmo.–Hola, colega, ¿cómo estás? Mira, que hoy el jefe está bastante perjudicado y me ha dado el día libre. Así que tengo el buga real para mí solo. Te llamaba por si quieres que te lleve a alguna parte.–Propúlsate a la puerta de mi hotel –le dije–, que voy a conocer al puto amo de este país, que no es precisamente el fatalista melancólico que te paga el sueldo.–Oído. El mueble bar vuelve a estar hasta arriba de tequila.Reconozco con satisfacción que Mas se llevó una gran sorpresa cuando vino a recogernos el coche de Su Majestad, pero luego, una vez dentro, se interesó por mi conversación con el monarca. Le conté lo que ustedes ya han leído y se quedó unos instantes con la boca abierta, y eso que me abstuve de explicarle lo de que nos dio por cantar el himno de la Legión. Tuve que animarle preparando unos margaritas que nos zampamos durante el trayecto, consiguiendo llegar al despacho de don Aurelio Botín lo suficientemente entonados. Lamentablemente, lo primero que se le ocurrió soltar a mi compañero y supuesto jefe fue:–Buenos días. Vengo en representación de una nación milenaria sin Estado cuyo sufrimiento histórico solo es comparable al de los armenios aplastados por los turcos y al de los judíos exterminados por Hitler.–Pues empezamos mal –le cortó don Aurelio–. Su nación milenaria no le importa un rábano a nadie, ni a sus propios habitantes. El patriotismo está pasado de moda, hombre. No entiendo cómo sobrevivió tanto tiempo… Yo creí que venía a pedirme trabajo.–Bueno, sí –reconoció Mas–. Eso también. Un hombre con mi experiencia de líder de masas puede serle de gran utilidad a su organización y a su gobierno.–Le he echado un vistazo a su currículum –siguió don Aurelio–, y la verdad es que no es para echar cohetes, precisamente.–La vulgar empresa no era lo mío. Cuando di lo mejor de mí fue cuando se me concedió el privilegio de guiar a Cataluña…–Hacia su extinción –le interrumpió el megabanquero–. Si acabamos tomando el poder la gente como yo fue porque todo el mundo estaba hasta las narices de la gente como usted.Viendo que la cosa no avanzaba en la dirección adecuada, opté por intervenir:–Yo también creo que el señor Mas le puede ser de gran utilidad. Piense que en sus tiempos aplicó sin piedad alguna unos recortes económicos que le amargaron la existencia a un sector notable de la población: podría ser un excelente jefe de personal. Por no hablar de su habilidad para meter cizaña y fomentar la disgregación en su propio beneficio, que es lo que distingue a los grandes conductores de hombres. En un tiempo récord, consiguió dividir en dos bandos irreconciliables a la población catalana, arruinando miles de amistades y extendiendo el odio al vecino de más allá del Ebro. Logró, incluso, destruir el matrimonio de conveniencia que le unía a un supuesto partido hermano, consiguiendo que esa máquina de ganar dinero y colocar a los amigos que era CiU perdiera toda su eficacia. Lo que yo le he traído hoy es un liante de marca mayor que, por la cuenta que le trae, se convertirá en su perro fiel si usted le da una oportunidad. Piense que si lo echa de aquí, acabará en otro lado, no sé si en una organización terrorista o en la junta del Barça, pero le aseguro que sentirá por usted un odio sarraceno tal que le llevará a dedicar lo que le quede de vida a intentar jorobarle. Este hombre vale su peso en uranio enriquecido, don Aurelio, ya que es un peligro para el sistema que usted tanto ha contribuido a crear. Si no lo quieren en el Barça, es capaz de fundar una secta patriótica que, en muy poco tiempo, haga volver a la palestra de esta España basada en el dinero y el egoísmo el problema catalán, que usted da por muerto alegremente. Bajo su apariencia inofensiva, este hombre es muy peligroso. Su ideología es la más idiota de todos los tiempos, y por eso tiene más posibilidades de volver que el comunismo y demás quimeras. Como se suele decir, es mejor que lo tenga dentro de su tienda meando hacia fuera que fuera meando hacia dentro. Por lo que más quiera, ¡échele algo!–La verdad es que un buen liante siempre es bien recibido en esta casa. Y usted –dijo clavando sus ojos en Mas– nunca le hizo asco al dinerito. Deme unos días, a ver si le encuentro algo.Huelga decir que el regreso al centro en el coche real, entre risas, palmadas y margaritas bien cargados, fue una fiesta.