La semana pasada me colé en dos cocinas de famosos. Gracias a Ana Rosa Quintana, en la de Pablo Iglesias sin coleta. Y gracias a Pablo Alborán, en la de Bertín Osborne. Qué contraste entre los azulejos churretosos del joven político con el lujo a todo confort (que diría él) de los fogones del señorito andaluz. Pero ni tanto ni tan calvo. El alarde de normalidad, tirando a cutre, de todo un candidato a presidente del gobierno buscaba mostrar una cocina como la media nacional, pero se ha quedado por debajo claramente. Almodóvar sigue siendo un grandísimo director, pero esa formica la abandonó después de Qué he hecho yo para merecer esto y de Volver. España lleva mucho tiempo caminando hacia el futuro, y lo seguirá haciendo de la mano de quien gane las elecciones. A veces hay que empezar por la propia cocina.
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