Lo de Marta Domínguez es para tenerlo en cuenta en el futuro. Hemos hecho, como país, un papelón. Cuando todo el mundo sospechaba de sus éxitos sobre el tartán, nuestra Federación de Atletismo la nombró vicepresidenta. Para qué iban a quedarse cortos. Pero lo peor, con diferencia, fue cuando el Partido Popular no se encomendó a nadie para convertirla nada menos que en senadora. Ahí sí quedó claro que quien se metiera con ella tendría que enfrentarse a demasiado poder. Su paso por el Senado fue el esperado: penoso. Quizás por eso sus padrinos pensaron en llevarla al Congreso, a ver si recuperaba la alegría. Sabiendo del escarnio de una suspensión por dopaje, Rajoy ha renunciado a codearse con ella en la lista de Madrid. Si se lo elogiamos, que nos diga el presidente a quién tenemos que reprochar sus siestas en el Senado, el mismo donde se sentó Bárcenas. Los dos con tratamiento de excelentísimo de por vida. Qué tino tienen algunos.
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