Es lo que tienen los partidos de origen unipersonal y composición aluvial. Llámense Ciudadanos, UPyD, CDS, PRD o UCD, cuando están en la cresta de la ola recogen todo lo que arrastra la corriente del desencanto con lo preexistente, gentes huérfanas de referente político y de diversa procedencia ideológica –en este caso hasta de Falange– que solo se compactan en torno a las expectativas de poder y la infalibilidad de un líder carismático. Cuando fallan aquellas y el desgaste de este se vuelve insoportable, se disuelven como azucarillos. Eso pasó en los cuatro precedentes mencionados.Para sostener un partido de aluvión con ambición de gobernar todo un país, mientras que no se conquista el poder acaba siendo imprescindible, amén de mantener una tendencia creciente en las expectativas, imponer una férrea disciplina que acalle las voces discrepantes con la estrategia que marque el líder –si alguien conoce al número dos de Rivera, que me lo haga saber, por favor–.Hay una lógica en que estas formaciones multipliquen los filtros y controles para no verse contaminadas ni colonizadas por oportunistas. Pero primar la disciplina sobre la democracia interna equivale en un partido a lo que representa en los Estados anteponer la seguridad a la libertad. Y esto es más grave cuando se trata de un partido nuevo que pretende abanderar la regeneración frente a las “viejas prácticas”.
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