
Le ha dejado sobre la cómoda una corbata azul y unos gemelos a juego. Menos mal que a ella le gustan los detalles, porque él es un negado para la estética. Tras ducharse deprisa y afeitarse despacio se viste sin llegar a convencerle el resultado. Un año atrás quizá… pero ya no sabe qué pensar. Además, advierte que la piel de la barbilla cuelga formando un doble cuello y sus gafas le parecen fuera de lugar. –Deberías haberte comprado las de pasta negra –aprecia ella desde el umbral–. Son tendencia. –Mi vida no es una revista de las de tu peluquería. –No, es peor. Como el Sálvame. –¿Qué es el Sálvame?–El único lugar donde encontrarías feligreses dispuestos a seguir tu misa. –¡Capulla! Ha besado el aire al salir y ella, no conforme, le ha agarrado la cintura mordiéndole el labio. “Eres el mejor”. Le asombra seguir provocándole lo mismo que a los treinta años porque cuesta corresponderla, y no por falta de atracción sino porque su trabajo ocupa demasiado espacio en su cabeza. Quizá si se encerraran en un hotel sin wifi durante un fin de semana, lograría follar como cuando su futuro estaba por hacer y las responsabilidades no colgaban aún de su pene como un yunque. En el coche le espera un asesor, al cual encuentra tuiteando. “Hay más apuestas a tu favor –dice al saludar–. Doce a siete. ¿Bien?”. “Súbelas –corrige observando por la ventanilla los carteles con su rostro al cruzar la avenida–. Siempre fui muy bueno al futbolín”. “Cuidado con parecer prepotente”, apostilla el joven. Le respondería mil obviedades, pero las mastica y se las traga porque está harto de explicar a los recién salidos del último máster en Politología que este es un oficio de recorrido largo y paciencia mayor, pero ellos están fagocitados por las pulsiones de las redes sociales. Durante el trayecto liquida una entrevista escrita y ojea los cuestionarios que le alarga el asesor, repletos de frases que nunca pronunciaría. “¿Qué más da? Lo importante es que parezcan tuyas”. Pensándolo bien, cualquier campaña comparte la necesidad de acortar la distancia entre la realidad y su emulación, y los candidatos luchan por centrar el fiel en esa balanza. Un caos con vocación de equilibro, eso es él. –No la olvides –recuerda su ayudante nada más llegar a los estudios según señala hacia una bolsa de deporte en el maletero. El candidato la agarra y sigue los pasos de una chica llena de piercings que habla a gritos. “Tiene cinco minutos para cambiarse. Hacemos un cebo antes de la publi del segundo bloque”, suelta antes de cerrar el camerino. Aturdido, desliza la cremallera y del interior salta, entre unas prendas estrambóticas, un gorro de cocinero con un pico de gallo. Esta semana ha practicado rafting, se ha lanzado en paracaídas y ha cruzado un río en burro, ha ganado con trampas un torneo de petanca y otro de mus, ha voceado mítines callejeros y a Shakespeare en el Teatro Municipal, además de malinterpretar monólogos satíricos… Entonces resuelve fotografiar el disfraz y enviar la imagen a su mujer seguida de varios signos de interrogación. Segundos después recibe esto: “Cari, Arguiñano da votos, aunque hagas de gallo en pepitoria”.