La señora de Borja Thyssen, Blanca Cuesta, es artista del ¡Hola!, pero por estos días se queda solo en artista, porque va a exponer obra de pintora en una galería de Miami. Hace años, lo hizo en Madrid, y luego en Toledo y Mónaco. Blanca ha entrado en la pintura, con todo este alarde, lo que no quiere decir necesariamente que la pintura haya entrado en ella. Ya sabemos todos que el talento es una larga paciencia, y no digamos el genio. Entre los famosos inquietos, no habíamos prosperado de las gitanas un poco infantiles que pinta Lolita, pero he aquí que Blanca se descuelga con unos lienzos de abstracción, que son un mareo de colores. No por ello resulta Blanca menos naif, aunque reitera que en su faena hay “expresionismo abstracto”. Lo que aún quizá le falta en sabidurías lo derrocha en materiales. Ahora va a la Feria Red Hot, en Miami, una cosa del gremio de las galerías internacionales. Blanca Cuesta da así un estirón profesional, con ambición renovada. Porque en el año pasado, mientras el embarazo de su cuarto hijo, tuvo que suspender las faenas en el taller. “Tengo abandonada la pintura, porque huele fatal”, reconocía Blanca en el 2014, cuando esperaba a su niña, la pequeña Kala. La madre paró a la artista. Pero ahora ha vuelto al tajo. La obra de Blanca, antaño, tenía un estilo Disney, pero ahora tiene algo de lo que hace al óleo Palomo Linares, por citar a otro famoso con vicios de pincel en libertad, solo que Palomo tiene ya hasta destrezas de torero de espátula, y paciencias de reincidente. No seré yo quien le quite ilusiones a la muchacha Cuesta, porque casi me gusta más posando con un mural propio de fondo antes que posando en el colorín con sus dos familias íntimas: la familia propiamente dicha, salvo la suegra galerista, por lo general, y luego la gran familia de tatuajes. Que es también un logro populoso y de alta amenidad. Que vendas, guapa.