EN LA TIERNA infancia, y en la no tan tierna adolescencia, había un momento crucial al inicio del curso escolar: la asignación de pupitres. Estos, de vieja y sólida madera, todavía con el hueco para el tintero que ya no utilizábamos, estaban alineados en dos filas de dos, y después había otras dos filas de uno, pegadas a las paredes del aula, una con ventanas y otra sin ellas. Los puestos anhelados por casi todos eran los últimos de las filas individuales, se pasaba muy desapercibido y era difícil que te pillaran hablando. Pero un año, el último del bachillerato, me tocó sentarme en el primero de la fila individual pegada a la pared sin ventanas, justo delante de la tarima y de la mesa del profesor. No solo no pasé desapercibido sino que fui objeto de especial atención, mimo y cuidado, es decir, vigilancia y castigo hasta por comer chufas. Cuando el otro día Errejón enseñaba la distribución de escaños en el Congreso de los Diputados mediante un dibujo de colores, con ese aire estudiantil que tiene, volví a las enormes aulas de los maristas de La Coruña, y pensé en el líder de Podemos como en uno de aquellos compañeros aplicados y ejemplares de entonces que siempre querían sentarse delante para que el profesor les viera en su continuado esfuerzo por ser niños buenos y obedientes. Lo va a pasar bonito Patxi López, en lo poco o mucho que dure la legislatura, si por cada decisión de la mesa se monta la que se ha montado con la asignación de escaños.
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