
José Antonio Gascón, jefe para Castilla y León de Cedipsa, distribuidora de la petrolera Cepsa, hablaba claro en el restaurante XCXXXX de Salamanca, donde había convocado a responsables de gasolineras en la región: “¡No tengáis ninguna manguera por encima de cero! Un litro de gasolina de merma es dinero contante y sonante: a la butxaca”.
La reunión se celebró el nueve de abril de 2014. No era la primera vez que arengaba a sus subordinados sobre las mermas de combustible, un asunto clave, y desconocido, del negocio de las gasolineras. “Ganamos dinero dentro de la ley. Eso es vital”, subrayaba. Se refería a un margen de error consentido por el Estado. El concepto de merma nace de la experiencia en el negocio. La gasolina y el gasoil no son líquidos estables: se expanden en sus cisternas, se evaporan con el calor o el vaivén del transporte, quedan en parte pegados a las paredes de sus recipientes, se derraman cuando el camión cisterna repone en la gasolinera, o cuando ese camión se abastece en las plantas de la Corporación Logística de Hidrocarburos, la CLH, el corazón que bombea combustible por este país.
Por esas pérdidas, a las gasolineras se les consiente un límite legal de error: sus surtidores no suelen tener nunca un cero absoluto de desviación: pueden dar hasta más o menos 0,5 por ciento del combustible que dice el contador. Y las pérdidas, en vez de pagarlas la gasolinera, las sufraga el conductor.
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