
QUIZÁ LO PEOR de las fiestas de mucha reseña son sus vísperas. Por eso el día de San Valentín conviene pillarlo a balón pasado, porque el tema se ve mejor, y hasta con punta de novedad. Con las fiestas viene a pasar lo contrario que pasa con los viajes, donde lo mejor es el día de antes, o los días, por su poder de fantasía, por su locura de abierta gama. No hay viaje como la víspera de un viaje. Casi diría, incluso, que no hay fiesta mejor que la víspera de la fiesta, solo que la cosa es más bien al revés. Miren las vísperas de San Valentín, donde se anuncian regalos que más bien son un susto. Aquí pongo alguno: tatuarse el nombre de la pareja, contratar una serenata, o dedicar un poema del montón, porque ahora internet tiene mucho ajuar literario, para los tórtolos. Los famosos han puesto mucha amenidad a San Valentín, con fotos de selfie, o similar. Las cuentas de las redes sociales son otra revista del colorín, y los famosos han montado, por San Valentín, como una Navidad del beso. Preysler ha colgado una foto con la familia reunida, menos Vargas Llosa, y hemos visto a Michelle Obama, Fernando Verdasco, Keylor Navas o Helen Lindes, entre la carantoña y el besuqueo, con sus respectivos, o respectivas.
Un amigo de alegre maldad dice que “el amor es el mejor modo de pagar a medias la lavadora”. Lord Byron arriesgaba que “el amor es un apetito de belleza”. Estas cosas no las apreciamos ni en las vísperas de San Valentín, ni tampoco en las vísperas de después, que es lo que aquí glosamos. En la prensa digital he leído un informe muy difundido bajo el título “19 señales que confirman que estás enamorado”. Entre esas señales del amor inequívoco están “te preocupas más por ella que por ti”, o “te hace ilusión que os inviten a una boda”, entre otras bobadas. El personal toma nota, y se hace regalos a fecha fija, que es lo contrario a un regalo, esencial siempre de sorpresa. Entre la perfumería y la cursilería.
1990 | Bo Derek
ESTÁ EN las biblias de la cosa del cine como musa de erotismos, pero luego en el trato acostumbraba a dimitir de su condición de símbolo sexual, y más bien parecía una chavala ranchera que está de turismo. Contamos esto porque en el 90 entrevistamos a Bo Derek, en Madrid, para interviú, y era la mujer 10, pero no lo era, porque ella se obstinaba en esquivar su fama de monumento, su pegada de rubia desabrochada de póster. Hizo Bolero, hizo 10, la mujer perfecta, y cumplió un álbum de fotos donde las camisetas siempre las usaba mojadas. Pero ella siempre quiso vender un vis a vis de chica peatonal y un discurso de recato. Sin conseguirlo, naturalmente.