
En medio de la semana, donde hasta se muere Manolo Tena, va Miguel Bosé y cumple años. Sesenta palos. Vamos para viejos. Que Bosé cumpla años de mucho bulto, ya, es como si Bosé sacara disco, que es como decir que Bosé inaugura foto. Su lámina de sesentón (cuesta escribir la palabra, a propósito de Bosé), su lámina de hoy, digo, incluye rímel misterioso y barba de náufrago. Eso, y una melena escasa, pero alegrada de gomina de chulo. Un jaleo muy Bosé. Bosé cambia mucho, para ser siempre él mismo, un bigardo que le pone mucha imaginación al espejo, y nunca nos parece disfrazado. Los cronistas rápidos han arriesgado siempre que jugaba a la ambigüedad, pero en rigor no ejerce sino el juego mismo, entre el susto y el capricho, mezclando el vaquero de apolo con moto y las mallas de ballet, que tanto escandalizaban a su padre. En su armario, tan largo, hay pareos de escenario y hay chalecos de torero que se pinta los ojos. En su armario hay cazadoras de muchacho de póster y hay levitas de belcebú con club de fans, esas levitas de ala nocturna que ponen delgadez a la golfería o golfería a la delgadez, según. No azarosamente las han usado también Mick Jagger o David Bowie. En su armario hay, en fin, faldas de guapo y hay botas mexicanas de chulo de musas al que no acabamos de colocarle novia conocida.
Bosé es un exótico. Bosé no cabe en Miguel. Bosé es mucho Bosé. Cuando salía de falda a escena, los policías de la moral se alegraban con denunciar que aquello no eran modos en un tiarrón de uno ochenta, o más, y no digamos en el hijo de un torero que las ligaba a pares, Ava Gardner incluida. A veces nos daba el susto de pintarse un poco los ojos, anticipando o avalando el glam. Nunca ha cambiado de estilo, probándolos todos, o casi todos. Se acaba de remachar sesentón, pero el suyo es el póster de bandido que no perdona el maquillaje. Lo mismo los que vamos para viejos somos el resto.
1987 | Mariel Hemingway
Mariel se hizo archifamosa a los 16 años, cuando salió de musa núbil de Woody Allen en la mítica Manhattan. Ella luego, con los años, apuntó que Woody Allen le propuso un viaje de camas no separadas, a París, y ella se negó. De modo que Allen fue hechizado por aquella criatura de belleza dorada y tirando a imposible, como nos pasó a tantos. Antes, Mariel había hecho junto a su hermana, Margaux, la película Lipstick, una cosa poco memorable, pero de pegada promocional. Empezaba ahí la carrera cinematográfica de la nieta de Ernest Hemigway, que ha sido larga, y no deslumbradora, pero sí suficiente. Incluyó, en su día, estas fotos de álbum sin la familia.