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Pareja de ensueño: Felipe González y Pedro Sánchez

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Estos merluzos que hay ahora en el partido de mis entretelas nunca están contentos conmigo. Si no hablo, porque no hablo. Si hablo, porque hablo y digo cosas que les sientan mal. Se supone que soy La Autoridad Moral del PSOE y que debo iluminar de vez en cuando el camino para que mis herederos no se den un morrón, pero al mismo tiempo estoy obligado a bendecir cualquier iniciativa, por estúpida que me parezca, del líder del momento. Y la verdad, amigos, es que este partido ha ido de mal en peor desde que mi fiel Alfonso y yo hicimos mutis por el foro y dejamos el paso expedito a la siguiente generación. Con Rubalcaba aún se podía hablar, pero con lo que ha venido después… A día de hoy, sigo sin entender cómo pudimos encumbrar a José Luis Rodríguez Zapatero, un chaval de León muy simpático, pero con el carisma de una pantufla. Y el figurín éste que tenemos ahora, pues, ¿qué queréis que os diga? España está hecha unos zorros y el tío se va a la playa con la parienta y las niñas, a ponerse tibio de claras y pescadito frito en el chiringuito más cercano. Parece que Mariano está creando escuela y que la nueva moda política en nuestro bendito país consiste en irse a Ibiza o a Pontevedra a tocarse los huevos y confiar en que el nuevo gobierno se forme solo. ¡Empezad sin mí, muchachos!, ese parece ser el lema que rige actualmente en España.
Creo que a Pedro le ha sentado especialmente mal mi comentario sobre Albert Rivera. Ya sabéis, lo de que es el único político español que arrima el hombro, tiene iniciativas y trata de que tengamos un gobierno, aunque ese gobierno dé asco, como no puede ser de otra manera si lo preside el holgazán de Rajoy. No dije que el PSOE debería fichar a Rivera porque igual me linchan, pero a buen entendedor… Vamos a ver, Pedrito, si yo ya entiendo que te dé asco contribuir a que Mariano forme gobierno, pero ¿se te ocurre alguna alternativa? Con Pablito no se puede ir ni a la esquina, y a los nacionalistas ya los hemos tenido que soportar durante años y somos plenamente conscientes de que España se la pela, de que ellos van a su puta bola y a ver qué se llevan para el terruño. Y menos mal que los vascos están muy tranquilitos últimamente: por fin parecen haberse dado cuenta de que llevamos lustros sobornándoles para que no se vayan y de que tienen un momio con lo del cupo que más les vale no hacer mucho ruido, no sea que los berridos lleguen a Bruselas y los acaben dejando a dos velas. Pero como en este país no hay quien disfrute de un minuto de paz, ahora son los catalanes los que dan el coñazo a diario, amagan con la independencia, desobedecen al Constitucional pero se acogen a él cuando les conviene y constituyen un incordio de baja intensidad que ya les vale, francamente. Y lo peor es que todo empezó a irse definitivamente al carajo con Maragall y Montilla, que se supone que eran socialistas. A Pere Navarro me lo crujieron, y ahora hay que apañarse con Iceta, el rey de la pista de baile, que sigue dando la brasa con lo del federalismo y el referéndum acordado con el Gobierno central…
Pero volvamos a Pedro Sánchez. Puede que comparado con Zapatero a alguien le pueda parecer brillante: hay gente para todo. Por lo menos, ni se parece a Mister Bean, ni tiene ideacas como lo de la Alianza de Civilizaciones, ni dice que no hay crisis económica cinco minutos antes de que la catástrofe tenga lugar frente a sus propias narices; pero aparte de eso, ¿alguien me puede citar algún concepto suyo que quiera decir algo? Yo a Zapatoide lo entendía, aunque lo que para él eran epifanías, a mí me parecían sandeces, pero a éste… Yo a Pedro lo escucho atentamente y nunca sé muy bien a dónde quiere ir a parar. ¡Con lo clarito que hablábamos mi Alfonso y yo! No es por nada, pero yo tenía un pico de oro. Yo podía vender burros muertos como si fuesen serios aspirantes a ganar las carreras de Ascot. A mí se me aplaudía y jaleaba en toda España. Yo hice grande al PSOE. Yo cogí un partido que llevaba cuarenta años dormitando –mientras los comunistas nos hacían el trabajo sucio de plantar cara al franquismo– y lo convertí en la viva imagen de la democracia. Éramos jóvenes, alegres, minifalderos y progresistas; y no olíamos a caspa, roña y checa, como Carrillo y la Pasionaria, que ya hacía falta valor para pasear a semejantes momias por el Madrid de la movida. Pero claro, nos hicimos mayores y  hubo que dejar paso a la juventud, con la triste consecuencia de que entre Zapatoide y Sanchezstein cada día damos más pena.
¡Y todavía hay quien la toma conmigo por haber traicionado el espíritu socialdemócrata y venderme al capital! No negaré que desde que no presido el gobierno me he lucrado a conciencia, pues a los líderes mundiales nos llueven las asesorías, los consejos de administración y todo tipo de tejemanejes que ciertos intolerantes pueden considerar discutibles. Pero para llegar a esos chollos, previamente hay que haber demostrado cierto cuajo, ¿no? ¿O es que alguien se cree que se puede entrar en el circuito internacional de conferenciantes ilustres con un currículum como el de Zapatoide? Yo hice entrar a España en la Unión Europea, en la OTAN, en la alta velocidad ferroviaria… ¿Y tú, qué hiciste, Zapatitos? Ah, sí, legalizaste el matrimonio gay. ¡Enhorabuena, chavalote!
¿Y qué decir de Pedro Sánchez? Con ese lumbreras al mando, hasta hemos perdido Andalucía, donde éramos como los convergentes en Cataluña: los nuestros, los de casa, los que dábamos vidilla, los que repartíamos los chollos, los que hacíamos la vista gorda ante el choriceo dentro de un orden… Y menos mal que los de Pablemos se están desinflando, pues hubo un momento en el que llegué a temer que nos pasaran por delante, aunque fuesen una pandilla de demagogos de cuchara…
Me da tanto asco mi legado que a veces, de forma discreta y tratando de que nadie se entere, quedo a comer con Aznar para despotricar de nuestros respectivos sustitutos. Él también está que trina con Rajoy, pero yo le consuelo diciéndole que si llega a ungir a Rodrigo Rato, ahora éste debería presidir la nación desde el talego. Mientras nos fumamos sendos habanos, con los pies reposando sobre la mesa –me enternece que siga llevando botas de cowboy–, recordamos nuestros buenos tiempos y lamentamos la mediocridad del presente. Quieras que no, entre líderes mundiales se acaba imponiendo la empatía.

Lee aquí tu interviú de verano. 


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